02 julio 2017

¿Innovación y diversidad en las TIC? La discriminación en los procesos de innovación

En la actual sociedad mundial de consumo, mayoritariamente globalizado, parece ya indudable que el cambiante ciclo vital de las organizaciones discurre bajo la fórmula “supervivencia (crecimiento) = innovación”.

Desde otro ángulo específico, son muchos los análisis del contexto de las TIC que afirman la existencia de impactos del negocio en multitud de aspectos, como los derechos humanos, la cadena de suministro, el medioambiente, el buen gobierno, las relaciones laborales…, en definitiva, en la contribución del bienestar de la sociedad, recibiendo señales inequívocas de reacción positiva o negativa, además de por los destinatarios finales de los productos o servicios, por parte de mercados, inversores, ciudadanos, o administraciones públicas y reguladores. En este sentido podría entenderse el reciente alegato de Tim Cook en el MIT, en favor de los valores y humanización de los avances tecnológicos, dentro de un sector aparentemente poco propicio, dominado por los algoritmos y la eficiencia de las máquinas.

El entendimiento adecuado de las consecuencias del uso y explotación de las TIC lleva a considerar en su planificación estratégica el parámetro de la actuación socialmente responsable, que también se extiende al ámbito de la tan comentada e imprescindible innovación. Y es aquí donde, en uno de sus enfoques, se hace necesario la incorporación de la “diversidad”, integrándola en la gestión habitual del negocio, como factor clave para el éxito de las empresas, en su desarrollo interno y en la permanencia o acceso a nuevos mercados; también contribuyendo en el deseable alineamiento con las demandas sociales y de consumidores particulares, por ejemplo, de productos tecnológicos en lugares con culturas y hábitos tan dispares.

Pero ¿realmente las TIC aprovechan o utilizan la diversidad de las personas para innovar?

Se buscan ideas disruptivas, soluciones globales que se materialicen en productos o servicios transformadores de las pautas de consumo o de los hábitos sociales. Sin embargo existen indicios que lo pondrían en duda: el sector TIC adolece de entrada de un sesgo, parece que común a las técnicas de selección, el de la procedencia social y académica, al que debe añadirse el de género, así en Silicon Valley se han publicitado últimamente varias denuncias por prácticas de acoso y discriminación salarial; también el sesgo de mercado, debido a la especialización de conocimientos propios de la formación técnica, con presencia habitual de género y perfil afines; luego otro más, en el mismo reclutador, pues muchas veces se pretende repetir las características o bondades del fundador que ha impreso el sello personal al proyecto exitoso. Por esto, cabría preguntarse: ¿y si las GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple) en vez de Page, Bezos, Zuckerberg y Jobs, las hubieran fundado mujeres?, ¿y/o fueran negras?, ¿habrían obtenido la misma financiación o apoyo del ecosistema para materializar las ideas disruptivas?, ¿o hubiera sido igual si además padecieran alguna discapacidad? Por ejemplo, un experimento llevado a cabo por la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de Estados Unidos en el año 2015 ha demostrado que las empresas tienden a rechazar más a las personas con discapacidad que tienen un buen currículo, aunque la disfunción no afecte a su productividad. Lo mismo pasa con jóvenes inmigrantes o hijos de inmigrantes y otros colectivos.

Siguiendo con potenciales candidatos a favorecer la diversidad, aunque heterodoxos en comparación con el estereotipo del “triunfador nativo digital”, parece que, por ejemplo, serían apreciables cualidades como la contrastada superación individual mediante la búsqueda creativa de soluciones frente a dificultades inesperadas, como ocurre en el indicado grupo de personas con discapacidad, ante barreras cotidianas pero también como las nuevas creadas por las propias TIC, poniendo en evidencia que muchos productos adolecen en su fase inicial de diseño precisamente del componente de la diversidad, privando del acceso a bienes de consumo generalizado. De ahí la necesidad de normas como las aprobadas en EEUU, que obliga a todas las webs a cumplir con los estándares AA de accesibilidad.

Ante este panorama, ¿qué soluciones puede aportar un abogado o consultor? Seguramente varias, desde la atención a posibles situaciones discriminatorias, hasta la perspectiva de contribuir a la creación de medidas de impacto positivo. Con la extensión de las declaraciones de comportamientos éticos -especialmente en los sistemas de compliance– superando las repetidas “misión” y “visión” de una entidad, se debe implementar ese discurso top un escalón hacia abajo, con acciones eficaces, más allá de campañas de comunicación “tipo Instagram” o de autocomplacencia estética. Así, existen instrumentos de reconocido prestigio que pautan las tareas a efectuar, fruto de la experiencia de organizaciones y países, bajo estándares internacionales (Norma ISO 26000 – IqnetSR10) y regionales (como SGE21), o al hilo de lo anterior, en materia de discapacidad, donde destaca el Modelo BEQUAL.

Todos ellos acreditan, entre otras ventajas, la mejora de la rentabilidad y reputación de la actividad empresarial. Pero, como premisa básica, también incluyen la exigencia de un obligado cumplimiento de la legalidad, por lo que es preciso el conocimiento adecuado de la misma, completado con el asesoramiento en los sistemas de gestión referidos; además es recomendable la prestación de servicios profesionales con carácter holístico, lo que favorece la integración, las sinergias en el tratamiento de riesgos y la búsqueda de soluciones prácticas, así como el ahorro de costes para los clientes.

Esas medidas facilitan el desarrollo de organizaciones responsables y sostenibles en el sentido indicado al inicio, promoviendo las circunstancias proclives a que head-hunters, CEOs, programadores, diseñadores, inversores…, stakeholders en general, interioricen el discurso de la diversidad como factor clave de innovación. Lo que no sería en definitiva ninguna novedosa invención: simplemente retomar la etimología de la palabra persona, como máscara teatral que no hace el rostro, o sujeto de derechos, con independencia de su concreta apariencia visual.

Mauricio Rodríguez Bermúdez

abogado + consultor en “R&B = a+c”

www.rbac.es

 

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