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Hamzi y el mar

Historia y fotografías de Natalia Sancha

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A sus 14 años Hamzi al Fajar nunca había visto el mar, por lo que tampoco sabía nadar. En octubre de 2015 vislumbró por primera vez las olas del Mediterráneo, y lo hizo abordo de una frágil barcaza que zarpó de las costas turcas sobrecargada con 55 almas tan encogidas por el miedo como la suya.

Nacido en un pueblito del sur de Alepo, Hamzi tenía 10 años cuando estalló la guerra siria. Empujado por la deterioración de la economía de una familia polígama con ocho hermanos y siete hermanastros que alimentar, Hamzi tuvo que trabajar como vendedor ambulante cargando ropas sobre una carreta por las calles.

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Tras cuatro años de conflicto, los jóvenes sirios desertaron en masa de una guerra que consideran ajena. Una generación expulsada de las aulas y llamada a matar o morir en los diferentes frentes que minan el país. A través de las redes sociales llegaban las imágenes de jóvenes que lograban alcanzar Europa, y según sus edulcorados mensajes, seguramente para no admitir que el camino fue en balde y que los ahorros que sus familias juntaron para darles un futuro mejor no cayeron en saco roto, los jóvenes describían el sueño europeo instando a más jóvenes a embarcarse en el periplo.

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Encandilados con un futuro lejos de la guerra y sin planificación alguna, los padres de Hamzi decidieron apostar todos sus ahorros, unos 2.000 euros que equivalen a dos años íntegros de salario en Siria, para que el benjamín lograra llegar a Europa y posteriormente, creían, viajar ellos acogiéndose a la reagrupación familiar. La peligrosa travesía que recorrió Hamzi de Siria a Turquía pasando por Grecia y atravesando a pie y a bordo de trenes media Europa, infirió una metamorfosis más mental que física en el joven. En un acelerado y forzoso pasaje, aquel niño que fumaba pitillos al tiempo que negociaba con los traficantes en Turquía se convirtió en hombre enfrentándose solo a la vida, lejos de su familia y en los confines de un centro para menores en Holanda. Allí descubrió la quimera que le vendieron, y aunque quiere regresar junto a su familia aunque sea en un país en guerra, sabe que no puede malgastar el pasaje que invirtieron los suyos y que hoy esperan que sea Hamzi quien se convierta en cabeza de familia y envíe regularmente ese dinero que les permita seguir haciendo malabares al borde de la supervivencia.

SER AFGANO (O AFGANA)

Por Lorenzo Silva, abogado y escritor.

Ser afgano significa, en muchos casos, haber sufrido varias guerras, y haber tenido que combatir en ellas, forzado por unos y/o por otros. Ser afgano es continuar expuesto a que unos u otros te recluten o te maten, porque en Afganistán la guerra sigue, décadas después. Ser afgana significa, en muchos casos, que tu familia te cría hasta los doce o trece años, y que a esa edad te vende a un hombre de treinta o cuarenta. Que no puedes ir a la escuela. Que si enfermas te dejarán morir. Que en algún caso extremo, ni siquiera te pondrán un nombre. Ser afgano o afgana es, en resumidas cuentas, estar expuesto a condiciones de vida inhumanas.

Ser afgano o afgana, dicen algunos, es no poder ser refugiado, porque no se dan las condiciones legales para ello.

¿Cuándo demonios se dan entonces las condiciones legales?

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