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FIRMAS CON DERECHO REYES CALDERÓN CUADRADO Escritora, economista y profesora universitaria. Premio “Abogados de Novela” 2012 y Premio Azorín 2016 Mis relaciones con la Abogacía y el Derecho son todo menos lineales. El orden artístico del Derecho Por tradición familiar, contaba con todas las papeletas para haber pasado por las aulas de la bellísima facultad de Derecho de la Universidad de Valladolid: el sesenta por ciento de mis hermanos pintaban leyes, y Aranzadi y colegas “okupaban” más de dos terceras partes de la biblioteca de mi padre. Empero, por aquel entonces, sentía un amor platónico, casi una atracción fatal, por los números. El orden matemático me fascinaba; las leyes, muy a mi pesar, me parecían probabilísticas; interesantes, no fascinantes. Y digo muy a mi pesar porque esa Ciencia contaba con elementos notablemente sugestivos, ajenos a los litigios o a la justa aplicación del ordenamiento jurídico. El primero, su especiado lengua- je: en mi imaginación, ya febril, su original vocabulario se me antojaba capaz de levantar conjuros y atizar maldiciones. De haber podido comprobar ese extremo, sin duda, estaría colegiada. Había un segundo elemento, trascendental a los diecisiete años: la facultad de Derecho estaba plagada de estudiantes repeinados, vestidos de clase media y hasta con posibles que escaseaban hasta el menudeo en otras facultades. Con profundo sentido de la responsabilidad y dotes de mando excelentes, mi padre me quitó de la cabeza las Ciencias Exactas y la Física, una cosa era coquetear con ecuaciones diferenciales y otra perder la cabeza, y me matriculó en Economía, donde más tarde me incorporé explicando… Matemáticas. Los números me impidieron disfrutar diariamente de esa fachada barroca rematada con peineta que hacía las delicias de profesores y futuros juristas. No fue posible: junto a la Retórica, Teología, Ciencia Canónica, Filosofía y otras estatuas inquilinas de sus hornacinas, no estaba la Economía. Para compensar las pérdi- das, la Economía me adentró en el terreno político: en mi Facultad, por obligación o por devoción, se esperaba del alumno al menos un gen proclive al marxismo. De no hacerlo con convicción, se imponía el creativo disimulo, como el de mi colega X quien, desplaz��� án- dose a diario en vehículo motorizado, flamantemente nuevo, lo aparcaba a dos manzanas del destino para no levantar sospechas sobre su firme compromiso con la clase obrera. Estudiar Economía no te libraba de saludar a la Ciencia legalis, pues una tercera parte de las asignaturas tenía directa relación con ella: estudiamos Civil, Mercantil, Constitu- cional, Administrativo, Tributario, Derecho del Trabajo, lo que incluía la memorística de la Constitución española y del Código de Comercio. Esa acertada política, que espero sea retomada en la enésima reforma de la Educación Superior, que por enésima vez espero cándidamente que sea por consenso, se basaba en una premisa muy acertada, a mi juicio: que ambas ciencias, más que primas hermanas, son cooperadoras necesarias en cualquier negocio y en casi cualquier delito. No se trata de saber quién es comerciante con arreglo al Código, ni de comprender que las compañías constituidas con arreglo al mismo gozan de los mismos derechos y obligaciones. Se trata de internalizar que, en ese difícil negocio de ganar dinero como Dios manda o de la gobernanza pública, los riesgos o seguridades procedentes de la vigencia y aplicación del ordenamiento jurídico, nacional o internacio- nal, aparecen en cada recodo. Estoy convencida de que mi primigenio amor por los números, ecuaciones o algoritmos estaba correlacionado con mi aversión al riesgo. La Ciencia matemática proporciona una sensación de seguridad y elegancia casi totales. No hay poder humano capaz de torcer un resultado matemático; ni la injusticia, ni la prevaricación ni el dolo tiene en ella cabida. Los números logran así ese estado que la Real Academia de la Lengua llama orden: colocar a las cosas en el lugar que les corresponde. Algo que, pensaba, el Derecho distraía en más de una ocasión. ¡Qué equivocada estaba! Con el discurrir de los años, y al albur de la frenética actividad de ganarme la vida, he descubierto otro Derecho, uno que atisbé muy de lejos en las clases de Derecho civil, y luego he podido acreditar en la complejidad de la vida. Porque la vida no es complicada. Un puzle de mil piezas de un solo color es complicado: pero esa complicación se deshace, como el azucarillo en el café, con solo añadir dedi- 52 _ Abogacía Española _ Julio 2019