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Benedicto Torres Caballer 

Eran tiempos aciagos cuando finalicé Derecho. El vencimiento de la prórroga implicaba que sería llamado a filas, lo cual me condujo a cierta desesperanza. Aunque el destino sorteado no resultaba nada halagüeño, consideré que con mi titulación sobrellevaría apaciblemente lo que consideraba un largo año de experiencia baldía, aunque finalmente no fue así. Hacía un sol de justicia cuando entré en el destartalado despacho del sargento. Después del saludo, le entregué mi currículum con la esperanza de ser destinado a oficinas. El sudoroso sargento, sin mirarlo, ordenó con vehemencia que debía participar en su nuevo plan de seguridad del despacho del coronel, endilgándome una escoba y un Código militar. Perplejo ante ambos objetos pregunté sobre la escoba. “Hijo, la misión consiste en llegar a cero roedores”. “¿Y el Código, mi sargento?”, pregunté desconcertado. “Con sus conocimientos averiguará lo que ocurre cuando se objetan mis planes”, contestó con velada sonrisa.

 

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