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Esperanza Tirado Jiménez 

Todos somos iguales ante la ley, se dice siempre. Pero, a la hora de conciliar horario laboral y familiar, la barrera se coloca en la puerta de la cocina.
Mi marido, abogado con muchos años de ejercicio profesional, siente un pánico atroz ante la visión de ‘nuestro’ carrito de la compra. Y ya no le hablen de distinguir un tomate de una berenjena o de cocer unos macarrones al dente.
Eso sí, cada vez que tiene oportunidad, se saca del bolsillo interior de la chaqueta unas tarjetas con resúmenes de todas las leyes de género promulgadas. Y presume, ante amigos y conocidos, de lo correctísimamente que aplica lo establecido en ellas en todos los casos que le son asignados en su juzgado.
Pero hay veces que, cuando llega tarde a casa, es a mí a quien le gustaría sacar otras tarjetas. Dos amarillas. O una roja directa.

 

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