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Patricia Collazo González 

Guardó en el neceser el cepillo de dientes, las pastillas de hierro y el bicarbonato. Eso era todo lo que necesitaba para huir del calor de la capital.
Deslizó también las palabras del abogado entre los pliegues del escueto equipaje: “Es temporal, Alicia. En septiembre recurriremos y entonces…”
Sabía que el asunto no estaba encausado. Que no estaba huyendo del calor sino de la posibilidad de cruzárselo en plena calle. El monstruo estaba libre, y aunque ella había cambiado de domicilio y de aspecto, no se sentía segura.
Taxi a la estación, gafas oscuras, temblor en cada semáforo, al aperase del coche, al mostrar su billete en el control de accesos.
Cuando el tren se puso en marcha respiró aliviada. Hasta que su compañero de asiento ocupó el lugar que había permanecido libre.
– Hola, Alicia. Cuánto tiempo, ¿no? – escuchó justo antes de entrar en el túnel.

 

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