Imagen de perfilDe Oficio, con oficio

Javier Martín García 

De momento solo estaba encausado en el proceso penal, pero todo apuntaba a que, salvo un milagro, iba a tener que coger su neceser y mudarse, de forma temporal y no voluntaria, desde su modesto piso a vivir tras las rejas de hierro de una pequeña celda en el centro penitenciario. Y lo que le causaba mayor inquietud es que su futuro estaba en manos de lo que parecía un joven, inexperto y desinteresado abogado de oficio, un muchacho bajo y gordito, de pelo rubio y mofletes colorados, con unas gruesas gafas que permitían adivinar que había tenido una dura infancia bajo algún cruel apelativo. Lo que nunca pudo haber imaginado es que aquél infante vestido con un traje dos tallas por encima de la suya se transformaba en el calor de la intensa batalla judicial en una versión mejorada de Atticus Finch. Y el milagro, al final, se produjo…

 

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