Imagen de perfilLA DOMI

Belén Sáenz Montero 

De puntillas sobre el taburete, la Domi nunca imaginó que todo el trabajo invertido en desempolvar mis libros de Derecho acabaría con su analfabetismo. Yo tampoco. Las páginas susurraban ris ras al acariciarlas con el plumero, o cuando arrastraba el pulgar por el canto para sacudirlas. Tintineaban al caer al suelo los latinajos y se escurrían las jurisprudencias, pero ella lo recogía todo con cuidado y volvía a embutirlo entre las hojas abultadas. Así, sin querer, se fue aprendiendo el código penal y el civil al dedillo. Supo entonces que Paco el tendero —que siempre le daba mal las vueltas— era un maleante, pero que al comentarlo en el patio con las vecinas tenía que anteponer presunto al calificativo. Por su seguridad. Yo estaba orgulloso de ella, hasta que tanta erudición se volvió en mi contra. Solicitó asesoramiento en un foro de abogados y me denunció por incumplimiento de contrato.

 

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