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Patricia Collazo González 

Ha llegado el día del juicio. Sé de memoria lo que debo decir y lo que debo callar. Mi abogado me ha aconsejado. Conozco con certeza la actitud a adoptar, y cómo comportarme para que mi imagen inocente eclipse la gravedad de las acusaciones.
Lo que no sabe mi abogado es que cuando veo una de sus fotos, otra vez se apodera de mí el temblor aquel. Mis dedos rígidos vuelven a palpar la piel suave de su cuello.
El fiscal muestra una panorámica de la zona en que creen que está enterrada y presenta un gráfico detallado de los alrededores. Me pide que diga si he estado allí. Niego con la cabeza. Responda en voz alta, reclama el juez.
El verde del bosque aquel me inunda la mirada. Vuelvo a oler a tomillo, el sudor baja imparable por mi espalda. Las repuestas aprendidas se disuelven en mi mente.

 

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