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Eva María Cardona Guasch 

Nunca escatimo esfuerzos y suelo preparar cada caso a fondo y sobre el terreno. No sólo con miras puestas en los honorarios sino por mero prurito profesional. Con más razón me esmeré cuando se trató de un asunto propio.

Las obras del nuevo vecino me incomodaban. Temía que la ampliación de su casa acabara invadiendo los lindes de mi propiedad y, como consecuencia, nuestra intimidad. Inicialmente no sabía hasta qué punto.

Me puse a investigar si contaban con licencia. Frente a mi obcecación creciente con el tema, mi mujer se esforzaba por serenarme y desviar mi atención, con zalamerías y arrumacos casi olvidados. Fracasó.

En una incursión al predio colindante para comprobar retranqueos, convertido yo en vulgar merodeador, entre sacos de arena y cemento, encontré al vecino en actitud tan fogosa y manifiesta que no requerió de la explicación que, al verse sorprendida, pretendió ofrecer mi esposa.

 

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