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Esperanza Tirado Jiménez 

A veces me siento preso, ahogado por un vacío infinito a mi alrededor. Y doy vueltas en mi sillón, delante del estrado, queriendo escapar. Hay días en que estoy hasta más allá de las puñetas de escuchar declaraciones, de sentenciar y mandar redactar informes que nadie leerá; que acabarán dando vueltas por las estanterías del juzgado hasta que algún documento se traspapele y ya no sirvan.

Me pesan los años, la carrera, la toga… Hasta el mazo parece el Martillo de Thor cuando doy por finalizada alguna sesión.

En ocasiones sueño que me despido y me voy volando con mi toga extendida al viento para liberarme. Sin esperar papeleos ni homenajes con tartas de crema y cava barato. Porque el fin de una carrera no la dicta la cifra de tu nacimiento, ni las estadísticas, ni un informe ambiguo.

El momento de renovación vital llega sin notificación previa sellada.

 

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