Imagen de perfilIngeniería genética

María Sergia Martín González- towanda 

Con lo grande que era el Campus: una pradera de 50 Ha, tuve que fijarme en Rosalinda, estudiante de biofísica.

Cuando aquella pandemia colapsó las urgencias de decenas de hospitales, ella logró solventar el caos con un suero. Sintetizado tras horas de “meneo” de acetilcisteína, uvas y nueces de macadamia. Tanto talento me hechizó. Yo concluía un máster en Penal y ella estudiaba genética. Alquilamos un estudio; nos casamos y, cuando supe del embarazo, lloré.

Pipe resultó un genio. No exagero. Éramos moderadamente felices hasta que varias dotaciones de agentes especiales irrumpieron en casa. Al parecer, el ADN del niño fue sustraído de un laboratorio soviético que lo tenía patentado. Ella desapareció, me acusaron de espionaje, de piratería, de plagio… Estoy desolado, mis padres me aborrecen, los rusos exigen la custodia de Vladimir —ahora lo llaman así— y no sé argumentar mi defensa. Con lo grande que era el Campus…

 

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