Imagen de perfilModestos entre gigantes

Mikel Aboitiz 

Aquel mentecato de Iriarte achicaba los ojos enojado, contraía su boca conejil y arrugaba la nariz como asqueado por un olor repugnante exudado con premura por su cerebro al alumbrar el menor atisbo de acudir a la vía conciliadora. Acto seguido espetaba a sus enemigos que pronto tendrían noticias de sus abogados. Contaba con un ejército de juristas para litigar por lo civil o penal. Y siempre ganaban. El paso correlativo de sus víctimas tras un enfado de Iriarte era esperar aferrándose a algún argumentario legal en que cimentar sus intereses, pero lo cierto es que Iriarte —por mano de sus sicarios colegiados— aplastaba a todos en la lona de los tribunales. Hasta que se topó con la horma de su zapato: Iturriarte. Desde entonces pleitean entre ellos, mientras los demás letrados nos ganamos los garbanzos contemplando su batalla legal desde la barrera, apuntándonos honrosas faenas de igual a igual.

 

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