Imagen de perfilLa vieja toga

Carlos Llopis Sabater 

Pocas cosas recuerdo de mi padre. Aunque todo lo que soy se lo debo a él. Dicen que me encantaba esconderme en su despacho, detrás de la toga que colgaba de la pared. Tal vez porque me sentía protegido o porque, sin darme cuenta, empezaba a amar su profesión.
Al cumplir dieciocho años mi madre me entregó esa toga que con premura desapareció de aquella pared y que tantas veces busqué esperando encontrar a su dueño junto a ella. Era la culminación de diez años de cartas correlativas. Esta vez, una escueta nota me decía «Sé lo que quieras, pero no seas mentecato, que el derecho rija tu vida».
Esas palabras eran sin duda parte de su argumentario, las había oído tantas veces desde mi escondite que, al recordarlas, lo tuve claro.
Hoy entro en Sala, presto para litigar, enfundado en la vieja toga de mi padre.

 

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