Imagen de perfilAbogado de familia

Antonio Presencia Crespo 

Mi hermano solloza, mientras repite que fue un accidente, que no pudo evitar atropellarla, que temía que la gente le diera una paliza, le entró pánico, y huyó.

–¡Lo siento mucho!– repite desencajado por el dolor. Le acompaña su hijo Jaime, mi sobrino, callado y con rostro sombrío. Ahí estoy yo, el abogado de la familia.

Cuando ya se ha calmado un poco, le digo:

–Tranquilízate Paco, no te van a condenar.

–¿Cómo qué no?– continúa, alzando la voz– ¡Si se lo reconocí al guardia, luego ante la policía, y ahora ante la jueza!

–Pero ninguna de las pruebas apunta hacia a ti. Tu confesión se va a desestimar.

–No entiendo– me dice desconcertado– ¿Por qué gozo de impunidad?

–Lo siento Paco, pero no es posible el intercambio de culpabilidad, aunque seas su padre-. Miro a mi sobrino que empieza a llorar. Entra la policía, y nos abrazamos los tres.

 

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