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Ceferino Gómez Delgado 

Le acusaban de haber infringido la primera ley de Asimov, dañar a un humano, mi hardware, alterado, era incapaz de controlar mis leds que parpadeaban sin ton ni son, empezaba a exudar aceite por todos los intersticios, comenzaba a gemir angustiados viiiips, el ritmo de mis softwares se aceleraba peligrosamente, todo ello delante del gran vicario del Big Data.
– ¿Algo que alegar? preguntó con tono autoritario.
Como pude reseteé y haciendo memoria, tras pedir la venia comencé mi alegato:
– Mi patrocinado, un simple robot doméstico programado para ejercer la custodia de la niña de autos, fue, con gran pericia, y a escondidas de sus padres, contraprogramado para llevarla y subirla al columpio, pese a que el baremo de sus notas escolares era pésimo.
El balanceo inadecuado y abusivo de aquella provocó su caída y la herida.
El ingeniero peritó la certeza.
– ¡Absuelto!
¡Qué primer caso! rememoré.

 

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