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ÁNGEL SAIZ MORA 

No era el único hijo de una pareja rota, pero pocos tenían ambos padres abogados, especializados en divorcios. En aquel contencioso, al dolor por la situación familiar se unía la rivalidad profesional.
La custodia del muchacho fue motivo de litigio. El chico, desamparado, solo hallaba consuelo con sus abuelos y en un columpio de barras rígidas. A medida que sus progenitores incrementaban la pugna él subía el ritmo y se atrevía a ponerse de pie, a soltarse una mano y hasta a dar vueltas completas. Se acostumbró a vivir sin apenas apoyos, en permanente acrobacia.
Sus abuelos desempeñaban un papel vicario fundamental al sustituir a sus padres, demasiado ocupados en destrozarse. Ellos le apuntaron a una escuela de circo. Cuando, años después, un periodista le preguntó cómo había superado el baremo más exigente, hasta convertirse en el mejor trapecista del mundo, dijo que se lo debía a su familia.

 

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