Imagen de perfilOscuros recuerdos

Víctor Río Herrero 

Las evidencias en su contra eran abrumadoras. Sin embargo, algo me sugería que mi cliente era inocente. No conseguía encajar la fría previsión y la brutalidad con que se había perpetrado el crimen en el carácter amable y bondadoso de aquel joven. Mi dedicación fue tal que mudó en obsesión. Aun así, no conseguía avanzar; era como correr una maratón sobre una cinta de gimnasia. La sentencia fue la esperada. Solicité la suspensión de la condena y más tarde el indulto, aunque, en ambos casos, sin éxito. Hace un año lo visité en la cárcel. Me agradeció mis esfuerzos y, cuando ya me alejaba, me alcanzó un levísimo susurro: “lo volvería a hacer mil veces”. Me giré sobrecogido; vi un lobo.

 

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