Imagen de perfilEternamente abogado

JUAN LOZANO GARROTE 

La herencia de Doña Faustina derivó en la angustia y una pérdida de mis facultades mentales. Cinco años enterrado entre papeles, asfixiado por un expediente interminable y obligado a litigar con hermanos, sobrinos, nietos, cuñados, madrastras, yernos, suegros. Después de todo, la fatiga casi gana a mi compromiso vocacional con la abogacía.
Hubo días en que llegue a soñar con declaraciones de herederos y cuadernos particionales. No conseguía quitármelo de la cabeza. Formaba parte de mi naturaleza, se había adherido a mis pensamientos. Recuerdo haberle dicho a mí mujer, el día de nuestro aniversario, que la amaba, aunque solo llegase a ser usufructuaria de un tercio. Me miró con extrañeza y torció una ceja. Cuestión hereditaria, dije.
Lo peor era pensar que Faustina solo peleaba por una cosa sin valor: la cajita de música de su abuela, vaya. Nada más. Y allí estaba yo. Abogado. Eternamente abogado.

 

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