Imagen de perfilDe Alfonsito a D. Alfonso

Mario Chaparro Yedro 

La fatiga empezaba a subirse por las rodillas. Había que echarle valor para estar allí, con todo quisqui esperando a que el notario llegara. No recuerdo cuándo fue la última nochebuena que nos juntamos todos, pero ahora no faltaba ni uno. Hasta los más pequeños. Y todo por una herencia.

Entró un tipo serio. No parecía de la familia, aunque yo ya no conocía a muchos. Era el notario. Soltó la típica perorata jurídica. Sonaba a ampulosidad y redundancia, pero todos asentíamos con la cabeza, aunque no entendiéramos ni media. Que si la legítima, que si pérdida, que si yacente, que si litigar. Lo dicho, ni papa.

Pero todos queríamos lo mismo: que llegara el turno de la finca y dijera nuestro nombre.

Alfonso Sánchez Sánchez, dijo con voz pontifical. Joder, ese no era de la familia. Era su cuidador, su centinela personal. El único que escuchó su último suspiro.

 

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