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Carlos Alberto López Martínez 

Tras la pérdida de la vida, la herencia de mayor valor que dejamos atrás es siempre nuestro recuerdo entre quienes nos amaron. No hay beneficio o patrimonio que supere la riqueza intangible del sentimiento de añoranza de una caricia bienamada, o del apoyo en los momentos de fatiga, duda o enfermedad, o del compartir la dicha y el gozo.

Por eso, veinte años después de tu partida, cuando soy yo el que camina hacia el ocaso de la historia de mis días, paso junto a la sombra de la Catedral de Santa María de Tuy, que nos vio crecer, que contempló cómo nos juramos amor eterno, y me doy cuenta de mi fortuna: he sido un abogado del montón, de pleitos de los de andar por casa, de litigar nada espectacular, pero eso me ha permitido sostener una vida a tu lado; ¿Acaso podría haber llegado a ser más rico?

 

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