Imagen de perfilDos promesas

Mª Asunción Buendía Hervás 

El abogado la recibió. Hacía tiempo que había aprendido a componer un gesto neutro delante de los nuevos clientes, ofreciéndoles el privilegio de su confianza para que explicaran los problemas que les asfixiaban. Su paciencia era infinita, como implacable su firmeza en los juzgados. Se había convertido en un solitario, su profesión era su vida.
La mujer parecía estar tranquila, pero el jugueteo de su mano con el collar la delataba.
Con palabras torpes se disculpó por su atrevimiento, tanto tiempo, no sabía a quién acudir…
Su voz le envolvió y su mente se sumergió en recuerdos de una vida que ya no parecía la suya. Pero lo era. Rostros revoloteando a su alrededor. Cuarenta años de fingido olvido. Entrecerró los ojos, la vio nítidamente en la pequeña biblioteca del instituto. Sintió el roce de sus labios, sellando dos promesas: quererse siempre, no olvidarse nunca.
Él había cumplido ambas.

 

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