I Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Ilustración: Juan Hervás

Dionisos

Antonio Leal Álvarez · Sevilla 

¿Te parece bonito rebuscar entre mis cosas como un espía? Mamá, ¿qué demonios es esto? Ya lo estás viendo, una toga. No mamá, ¡es una toga rosa! Rompiendo un silencio de más de treinta años, mi madre me relató la peculiar fiesta celebrada en los juzgados de Valencia, en la primavera del 77. Afroditas coronadas de laurel danzando entre fuentes de gominolas. Letrados ocultos bajo máscaras de comedia imponiendo a los jueces sentencias imposibles. Procuradores, secretarios, agentes y oficiales, todos entregados al culto del amor y el vino. Dime que aquello no se convirtió en costumbre. No, hijo, tu padre no tuvo mejor idea que tirar uno de esos cohetes borrachos, una chispa prendió en las cortinas y, bueno, ya conoces el resto. ¿Me estás diciendo que el incendio de la sala de vistas...? Anda, guarda eso y cierra la boca que pareces bobo. ¡Mamá, vuelve aquí ahora mismo! ¡Mamá!

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Relatos seleccionados

  • Papel higiénico

    Alicia Romero Cámara · Galway (Irlanda) 

    Las había visto en tiendas pero no esperaba encontrarse una de esas lámparas de plástico, en forma de cohete, que cambian de color y producen burbujas, en el despacho de un juez. Había sido un regalo de Clara, seguro, siempre imponiendo color en las vidas de otros, ella, la voluminosa mujer de negro. Clara y ella se conocían desde la facultad, pero ella no había tenido suerte y necesitaba un empleo, cualquier empleo. Supuso que era mejor ponerse a trabajar y empezó vaciando la papelera. Sacó papeles, envoltorios de chocolatinas, gominolas y papel higiénico (!?). Le invadió la curiosidad. Se acercó al portátil, que estaba encendido y descubrió, en la carpeta “Sentencias” una colección fotográfica de mujeres enormes, cuerpos obesos desmoronándose que ocultaban lencería entre los pliegues de sus carnes. Se sintió como una espía cuando escuchó, avanzando por el pasillo, la voz del padre de su amiga.-Por aquí, Letrado…

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  • Gominolas de domingo

    Eva Ferrer Sabroso · Zaragoza 

    "¿Papá quieres?" Siento una punzada de dolor cuando las veo. Gominolas de cohete. Gominolas de domingo. La melancolía entra en mi vida cuando mi mente evoca aquellos instantes, mágicos, en los que me sentía uno con mi padre. Sentado en su regazo presenciaba su presencia. Profundizaba en su profundidad. Mientras él dictaba sus sentencias, siempre justas, o eso quería pensar yo, tierno espía de sus actos, masticábamos gominolas, a la par. Fruncíamos el ceño, a la par. Definíamos arrugas de expresión, manifiestas en su caso, tímidamente apuntadas en el mío, a la par. Era nuestro momento. Le echo de menos. Decidí estudiar derecho por él, pero cuando supe que no podría tener hijos escogí ser Letrado. Ahora él ya no está y yo tengo hijos. A veces pienso, ¿a qué sabrían ahora las sentencias gominola?

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  • Interrupción

    Estrella Molina Gete · Madrid 

    Sin apartar la vista del monitor, alargó la mano para coger otra gominola. Su cohete espía estaba a punto de atravesar la atmósfera del planeta, aún había posibilidades, aunque la barrita verde que indicaba la vitalidad de su artefacto había disminuido de manera alarmante. Llamaron a la puerta, dijo “adelante” y se apresuró a cambiar la pantalla del juego por la del documento word con el texto de la sentencia. Levantó la mirada despacio, como quien hace un esfuerzo para salir de un estado de gran concentración, y consiguió que la secretaria se sintiera culpable por interrumpir su trabajo. Por los pelos, pensó el letrado, y se prometió a sí mismo que aquella era la última vez que jugaba en el despacho.

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  • La diferencia

    Benigno Rodolfo Palero Valdivia · Lima (Perú) 

    Después de oír una sentencia me dirigía en bus al norte de la ciudad. A poco subió una agraciada señora, mascando gominola. La susodicha pasó rozando accidentalmente su bolso con mis manos y sentóse nerviosa a mi lado. Sus ojos de espía observaban cualquier movimiento mío. Saqué mi identificación de letrado y le dije: -Perdone, soy abogado; no soy ningún ladrón… La mujer relajó sus temores, y me contestó: ¿Y cuál es la diferencia? Fue un cohete directo a mi hígado. Pasaron unas cuadras y la dama empezó con la conversa. Me enteró que era dueña de un policlínico, cuyo nombre conocía. Me bajo, le avisé. Ella dijo: Perdóneme, mi ex - marido es abogado. ¡Que perro! ¡Quiere dejarme sin nada! Le entiendo, le dije con voz entrecortada. Casi le digo que iba al juzgado del lugar para embargar un policlínico por encargo de un colega…

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  • Están mirando

    Alejandro Espiago Orús · Zaragoza 

    Desde hace tiempo, todos me miran. Primero fueron los espías del Gobierno que vigilaban el juzgado. Ignoraban que la clave era la secretaria judicial. Una mujer extraña. Sospeché de ella desde el principio, viéndola tomar a todas horas unas misteriosas pastillas de colores que hacía pasar por gominolas. Un día, mientras redactaba una sentencia con la puerta entreabierta, la vi desintegrar a un letrado de un fogonazo. Se volvió hacia mi tranquilamente y me confesó que estaba en la Tierra preparando una invasión. Traté de alertar a los demás, pero todos me miraron perplejos mientras me sacaban en volandas. Lo que me preocupa ahora es que queda poco tiempo. En cualquier momento aparecerán en el cielo miles de cohetes espaciales. Y aquí solo hay gente de bata blanca que no sabe nada. También ellos me miran. A veces les oigo a través del cristal. “Demasiado trabajo”, dicen. Pobres ingenuos.

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  • Fracasar otra vez, pero mejor

    Sofía García-Ollauri Antolín · Madrid 

    Si pudiera volver a empezar… Si pudiera volver a vivir: sobreviviría a mil batallas, o no, pero vendería cara mi piel, lanzaría cohetes sobre bombarderos y firmaría cientos de tratados de paz, me convertiría en doble agente o en espía y daría mi vida por la Patria. Me enamoraría, haría locuras por amor, perdería el tiempo, aunque fuera oro, miraría las estrellas y contemplaría a la persona amada como si quisiera atesorar recuerdos para una eternidad. Aceptaría mis imperfecciones, no haría depender mi autoestima del juicio de los demás, me hincharía a gominolas y dejaría los all-bran, cantaría cada día, fracasaría otra vez, pero mejor. Sería letrado, mago de la palabra y alquimista de los conceptos, para desatar el látigo de los sin voz, de los expulsados del paraíso. Así, cuando llegara la Cierta con su sentencia de muerte y tuviera que cerrar la pestaña, podría afirmar, orgulloso: he vivido.

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  • El sótano

    María García Rivera de la Plaza · Madrid 

    De niño,el mejor premio que mi padre me podía dar era una gominola. Era un hombre serio,parco en palabras, pero con una mirada limpia y transparente que lo decía todo. Se pasaba el día metido en su sótano, entre planos y maquetas. Sentía una gran predilección por su último invento: el cohete V5. Durante las tardes no se nos permitía hacer ruido en casa; la sentencia “silencio absoluto” entre las tres y las cinco quedó establecida años atrás, cuando el ruido por los juegos le distrajo en más de una ocasión, suponiendo el fracaso de sus experimentos; con la consiguiente denuncia del cliente de turno por no lograr el invento. Nuestro tío Renato, letrado de reconocido prestigio era quien nos sacaba de éstos apuros. Siempre quise saber más sobre mi padre,así que decidí esconderme y observarle. Me convertí en su espía. Me pasé horas viéndole trabajar.

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  • La espía espiada

    Victoria Romero Herrera · Madrid 

    '- Señora Letrado, mi marido me engaña. - Lo siento pero no se gaste Usted el dinero en detectives, no necesita probar la causa para tener la sentencia. - Estoy desesperada, podría ser esto un mal trato psicológico. - No sé, cuénteme. - Mi marido lle

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  • El letrado Cortés

    José Aristóbulo Ramírez Barrero · Bogotá (Colombia) 

    “Sólo a usted se le ocurre agasajar a Lucas con esa pavada de regalos. La gominola estropea las muelas, el cohete produce quemaduras, un trompo… caramba, un trompo a estas alturas del partido…” Con estas palabras cargadas de resentimiento, el letrado Cortés fue expulsado de casa de su hija. Nuestro hombre, antaño diplomático a ojos vista y espía profesional tras bambalinas, retirado del ruido, pretendía reparar siendo abuelo los yerros que cometió siendo padre. No fue posible. La hija fue inflexible… “Váyase, aquí no lo necesitamos”… Afligido y vencido una voz infantil le devolvió el aliento… “Aguarde, letrado, iré con usted”… Cortés miró al niño y le dijo… “Albricias, ese gesto tuyo me ha salvado la vida. Haré de ti el mejor abogado y espía del planeta”… “Soy Andrés, el hijo de la sirvienta”. “No me importa quién seas sino lo serás”. “Ven, ayúdame a echar a volar este cohete”…

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  • Héroes

    Antonio Jesús Molina Fernández · Nívar (Granada) 

    Al oír la sentencia no pude por menos que reírme. El letrado describió mi coche como ”un cohete mortal” que produjo un “daño irreparable”. Por un pequeño accidente de coche contra una familia que salía de un restaurante. Sé que no voy a ir a la cárcel y lo demás no me preocupa. Tan sólo me arrepiento de haber matado al niño pequeño. Cuando me bajé del coche se le veía la lengua roja y negra y caída frente a él una bolsa de gominolas en el suelo. Su madre no paraba de llorar y de decir” ¡Mi vida, por favor mi vida!”. No supe qué decir. A veces, por las noches, se me aparece su cara y me sonríe como si me estuviera vigilando. Como un espía. Como un cazador. Y me aterraría la culpa si pudiera sentirla. Si quisiera. Y tan solo tengo 16 años.

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  • El viejo quiosquero

    Eduardo Arturo Carmona Martínez · Chiclana (Cádiz) 

    Siempre le habían subyugado las historias en las que intervenía un espía. Y sus métodos expeditivos. Y este caso reunía todos los ingredientes de una buena novela negra. Su cliente, un hombre de poca cultura, tosco carácter y permanente silencio, poseía un kiosco en el centro de aquel olvidado pueblo, en el que vendía cohetes y caramelos para solaz de los más pequeños. Observaba desde su pequeño cubil, el ir y venir de aquellas traviesas risas. El día de autos, él también sonreía. Su mujer, la cotilla oficial del pueblo, había aparecido envenenada en la vetusta casa, maquillada como Marlene Dietricht y vestida con trazas de prostituta. El letrado lo defendió hasta la extenuación, alegando la eximente de demencia senil. La sentencia no dejaba lugar a dudas. Reo de asesinato. Una gominola infriltada con arsénico había aparecido en el bote de las medicinas de su “querida” esposa.

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  • Ositos de colores

    María Zancada Menéndez · Oviedo 

    '- Y quien dice que es usted? - Por tercera vez, señorita, el letrado del acusado. - MMM, apúntese en este registro y pasado mañana podrá ver los autos. - Pasado mañana? Pero si estoy viendo el expediente encima de su mesa! Sólo serán 15 segundos! -

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  • Mi hermana mayor

    José Delclaux Abad · Madrid 

    Cuando mi hermana le respondió que pensaba irse a bailar al Gominola de todas todas, papá se puso hecho una fiera, le dijo que llevaba una pinta ridícula y que parecía una extraterrestre, y ella replicó que él parecía un espía de la KGB, y pegó un portazo hacia la calle que sonó como una sentencia. “¿Ah, sí?”, dijo papá entonces y, rojo de ira, sacó toda la ropa del armario de Laura y comenzó a cortarla con unas tijeras, despacio, meticulosamente, como un auténtico letrado en el arte de la destrucción textil. Cuando Laura regresó y vio aquello, no reaccionó. Le temblaban los ojos. Luego de pronto se acercó a él, le abrazó y comenzó a acunarle, llorosa, y yo volteé la vista al cielo, esperando la súbita aparición de un cohete espacial que lo explicara todo: como había dicho papá, Laura sólo podía ser de otro planeta.

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  • Madre coraje

    Jose Arístides López de Rodas Campos · Albacete 

    Tras declarar culpable a un hombre por servir alcohol a menores, me quito la toga y salgo a la calle. Entro en un bar cutre donde no es probable ver a un letrado. A mi izquierda, una mujer observa su café humeante y, con disimulo, espía al camarero. La miro de reojo. Es guapa. Muy guapa. Y su perfume alivia el tufo espeso de este antro. La veo morder con gracia una gominola; me pregunto qué hará aquí una mujer con clase. De pronto, se vuelve hacia mí, y yo, cortado, miro al suelo. Pero ella rescata mi mirada y, sonriendo, me dice: “¿Conoce usted al dueño de este bar?” No lo conozco, pero, sin saber por qué, contesto: “Soy yo”. Como un cohete, su bolso impacta en mi nariz. –“Esto es por mi hijo”, sentencia. “Por la tajada que trajo anoche. Sólo tiene 15 años, ¿sabe?”

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  • La prueba

    Isidro Catela Marcos · Madrid 

    Sin pedir permiso, cogí una gominola del mostrador y, con todos los vicios de un aprendiz de letrado, le dije: “¿Sabes por qué casi nadie dudó? Porque deseaban que Pyrot fuese culpable”. En realidad, yo llevaba preparada otra sentencia. Algo así como “me llamo Pablo, por la mañana preparo oposiciones y por la tarde trabajo en La tienda del espía”. Pero me dio vergüenza y como estaba seguro de que al conocer mis ocupaciones, saldría disparada como un cohete, opté por seducirla con literatura. Ella, actuando siempre como una gran profesional, archivó “La isla de los pingüinos” y me ofreció otra chuchería, junto al nuevo libro. Dirán que son débiles certezas, que como tal no tengo prueba alguna de su amor. Y es verdad, pero ya estoy devorando “Doce hombres sin piedad”, mientras preparo lo que le voy a decir cuando regrese a la Biblioteca para devolver el préstamo.

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  • Los sueños

    Eloy Serrano Barroso · Madrid 

    Una tarde el cielo se oscureció de pronto y empezaron a llover gominolas tan grandes como sueños de juventud. Y quizá ese prodigio fue el origen de que Ulises y yo, aspirantes a letrado, abandonáramos el estudio de las sentencias y comenzáramos a fantasear. “Quiero viajar, ser espía y explorador en países exóticos”, dije yo. Ahora, pasados los años, acudo puntualmente a mi trabajo, donde ficho en una máquina que con su clicli parece contabilizar las horas que me restan de vida. Luego dejo la fiambrera en la taquilla, me visto con un remendado traje de explorador y actúo para los visitantes del parque de atracciones, entre leones autómatas, ríos de mentira y cohetes de cartón piedra. El destino de Ulises fue diferente. “El mejor viaje es el viaje interior”, había dicho él aquella errática tarde, segundos antes de ensimismarse. Desde entonces no he vuelto a tener noticias suyas.

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  • La vocación

    David Vivancos Allepuz · Barcelona 

    Apartó el coche teledirigido, el cohete espacial y los muñecos articulados. En el baúl no había, aparentemente, nada extraño ni fuera de lugar. Registró los bolsillos de la bata escolar. Tres canicas, una gominola reseca y un puñado de cromos. Confundida, se sentó en la camita de su hijo. ¿Qué había esperado encontrar? ¿Un mazo, un código? Sonaba ridículo. La tutora no había querido inquietarla, eso había dicho, pero se había sentido en la obligación de comentárselo. En su redacción, Carlitos decía que, de mayor, quería ser letrado (ni siquiera escribió abogado) y que no anhelaba ser astronauta o espía, como sus compañeros, sino apelar una sentencia o pactar con un fiscal. Descubrió al pequeño observándola en silencio, desde quién sabía cuánto tiempo, apoyado en el marco de la puerta. Sus labios parecían más finos, su piel más pálida, su mirada más fría, inescrutable. Sonreía. La madre sintió un escalofrío.

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  • Venganza

    Amor Lago Menéndez · Valladolid 

    ¡Ojalá fuera una alucinación! En un expositor, junto a las bolsas de ositos de gominola, las grabaciones de mis últimos juicios bajo títulos tan ¿sugerentes? como “En busca de la sentencia perdida” “Con toga y a lo loco” “Adivina quien viene a defenderme en este pleito” “Lo que mi letrado se llevó”... ¡Pero si en el traslado juraría que estaban con los Aranzadi! ¿Y la orla? Mi foto sobreimpresionada en las carátulas. Hecho un manojo de nervios, vacío el estante. Una cliente espía mis torpes movimientos. Para disimular, añado a mi compra un artilugio que parece, no sé, un cohete de juguete. La cajera me sonríe de forma sensual... ¡Vaya por Dios! ¡No es un cohete! ¡Tiempo muerto! Necesito escapar de esta gasolinera, tranquilizarme y pensar... como reconciliarme con mi compañera de despacho. ¡Maldita debilidad cuando decidí sustituirla por dos pasantes de veinte!

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  • Shangai

    Alejandro Conde Arias-Salgado · Valladolid 

    Los planos de algo parecido a un cohete asomaban en el doble fondo de un maletín negro. El detenido miró con envidia a las moscas que sobrevolaban su despoblada cabeza. – No soy espía, – repitió entre sollozos. – Me llamo Fouto, Ramón Fouto. Soy letrado de Golosinas Carballo y nunca había visto esos papeles. – Recuerde la sentencia de Confucio, – repuso el traductor mientras el mastodóntico oficial chino se desabotonaba la guerrera y flexionaba los nudillos – “Sólo el necio se esconde de la verdad”. Lejos de allí, la tarde londinense amenazaba lluvia. El agente Gardiner sintió un horror creciente a medida que su supervisor examinaba el contenido del maletín negro que acababa de entregarle: calzoncillos, una bolsa de gominolas, la fotografía enmarcada de un señor calvo con una mujer y tres niños… “Un tipo amable”, pensó Gardiner. Habían compartido mesa en la cafetería del aeropuerto.

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  • Vida rosa

    Patricia Alba Alderete 

    La gominola que tengo en la mano es rosa. Rosa como la sentencia que acabo de leer. Como todo el caso. Como mi cliente, el juez y los testigos. Incluso la prensa que lo ha cubierto es rosa. ¿Ésta es la clase de abogado que quiero ser? ¿Un espía del famoseo que lava trapos sucios? ¿Un letrado cohete, de los que suben alto y rápido, brillan fugazmente, y caen completamente quemados?

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  • Aquel día

    Francisco Sánchez Egea · Lorca (Murcia) 

    Aquel día, mis sueños se marcharon por la ventana cuando mi madre entró por la puerta. -Tu padre se ha ido. -Dijo. No eran necesarias mas palabras. Rompí el discurso que llevaba tardes preparando, con el que Sam Bowden habría defendido a Max Cady. Guardé los militares de plomo que usaba para reproducir aquello de "¿Ordenó usted el código rojo?" El resto de niños soñaban con ser espías, viajar en cohete a lugares donde ningún hombre había llegado antes o marcar el gol que le diera a España el mundial. Yo quería ser letrado. Salí a buscar trabajo mientras mi madre llamaba por teléfono al colegio para decir que había caído gravemente enfermo. Aquel día, en el que el destino dictó la sentencia del resto de mi vida, la realidad venció a la fantasía para siempre. Aquel día, dejé de comer gominolas.

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  • Abogados contra letrados

    Antonio Borja García Sabater 

    Cuando se pone la chaqueta y la corbata, yo vuelo con mi cohete espacial. Cuando sale con el maletín por las mañanas me gusta pensar que es un espía que va a salvar el mundo. El otro día, estaba aburrido mordisqueando un osito de gominola, haciendo como si leyera y entró él muy sonriente, se le notaba contento. De pronto le pregunté: Papá que ¡¨es ser abogado?. Ser abogado es intentar ayudar a las personas, es defenderlas, hoy por ejemplo me ha llegado una Sentencia que me dice que los buenos hemos ganado. Claro, a los malos no les defiende nadie porque no tienen amigos ¡¨no?, dije. Lo pensó y me contestó: En ese cómic, está Batman que ayuda a los buenos y Joker que ayuda a los malos, en los juzgados está el abogado defensor y el letrado contrario. Ahí quedó todo. Ahora también juego a abogados contra letrados.

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  • Adiós

    Javier de la Cruz Amárita · Bilbao 

    Sentada en el sofá espero a que Juan llegue. Es mi marido desde hace 2 años y las cosas han cambiado mucho en tan poco tiempo. Traerá los papeles y pondremos fin a esto. Después de muchas discusiones, sinsabores y decepciones ambos sabemos que ya no nos une nada. Se acabó el compartir sofá, película y gominolas. Hemos llegado a un acuerdo. Un buen acuerdo según mi letrado. Firmaré y quedará todo zanjado a la espera de la sentencia de separación. Tengo las maletas listas para salir de aquí disparada, como un cohete, rumbo a una nueva vida. ¡l se quedará mirando por la ventana, sin hablar, observando cómo la vecina de enfrente prepara la cena, como un espía. Desde que son amantes ninguno de los dos corre las cortinas del salón cuando anochece. Hoy las correré yo. No quiero que ella esté también presente en nuestro adiós.

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  • Adulterio edulcorado

    Ana María Lezcano Fuente · Santa Cruz de Bezana (Cantabria) 

    La mujer esperaba la sentencia con la completa seguridad de ser absuelta. Era de una belleza que no dejaba ningún resquicio a la imperfección. Además su inteligencia superaba la media y había contratado un letrado que manejaba la ley y sus triquiñuelas con un desparpajo y aplomo inusitados. Valía bien la minuta, pensó mientras cruzaba las piernas largas y torneadas como una Venus cuyo monte apenas quedaba cubierto por una mini falda de marca que se ajustaba a su anatomía como un guante. La acusación era descabellada: ¡espía!
    Rió para sus adentros. En todo caso era a ellos a los que la esposa ultrajada había mandado espiar. El veredicto, como había vaticinado fue de inocencia. Salió de la sala como un cohete. Catorce centímetros de vertiginoso tacón. En el taxi abrió el paquete de sus gominotas preferidas y las compartió con el juez.

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  • Agencia de Inteligencia

    Manuel Sánchez Vicente · Madrid 

    '-La gominola está dura como el teflón -susurró una silueta ante la puerta blindada. -Contraseña correcta, pase -ordenó una voz al otro lado. El agente secreto entró al búnker con un movimiento felino. En una esquina, un espía ensangrentado asestab

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  • El abogado pipiolo

    Miguel Ángel Gayo Sánchez · Sevilla 

    El joven letrado recibió aquella sentencia como un cohete dirigido a sus sentimientos. “Sólo los hombres canos pueden satisfacer mis necesidades”, le acababa de soltar su idolatrada abogada, la misma mujer brava a la que espía por los pasillos de los juzgados como un adolescente calenturiento. La muy pérfida aún tuvo tiempo de regalarle una mueca de falso desprecio mientras se alejaba rodeada por la cohorte de magistrados babosos que acostumbraban a reírle sus gracias. Quizás por eso apenas puede contener el temple cuando un compañero le palmeó la espalda: “Olvídate, pipiolo. Para comerse esas gominolas, de Decano en adelante”.

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  • El alijo

    Marta Trutxuelo García · Andoain (Gipuzkoa) 

    Mi padre es letrado y también es abogado. Su trabajo es llevar a la cárcel a los delincuentes, a los ladrones y a los espías. Todos los días va al juzgado y discute muchas horas sobre cosas complicadísimas, y cuando un señor vestido con una capa negra da tres golpes con un martillo sobre la mesa y dice: “Visto para sentencia”, vuelve a casa. Hoy le ha contado a mi madre que han encontrado un alijo de drogas y municiones en un descampado. “¿Qué es eso que han encontrado?”—le he preguntado. “Son cosas prohibidas con las que juegan las personas malas. Suelen esconderlas, pero siempre las encontramos y atrapamos a los culpables” —me ha explicado. Esta noche no he podido dormir... se lo tendré que contar... iré a la cárcel... aunque ¿y si encuentro otro escondite para el alijo de golosinas y cohetes que guardo debajo de la cama?

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  • Dictamen secreto

    Maribel Romero Soler · Elche 

    Sacó de su bolso una gominola en forma de corazón y se la introdujo en la boca. Era la señal. Me acerqué a ella con un temblor incontrolable en las piernas, no sólo porque era la primera vez que me iba a dirigir a una espía sino porque jamás había visto a una mujer tan bella. —Tome la sentencia, letrado —me dijo bruscamente—. Información de primera mano, la acaba de firmar el juez. —¿Nadie la ha visto? —pregunté con un hilo de voz mientras abría el sobre. —Soy una profesional —contestó con una sonrisa seductora que todavía hoy llevo grabada a fuego en mi memoria. Le entregué el maletín y desapareció de mi vista a la velocidad de un cohete. Allí me quedé absorto, observando el ritmo acelerado de sus tacones de aguja, acariciando el dictamen que en pocos días, sin ella saberlo, la conduciría directamente a la cárcel.

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  • Dulce traición

    Lola Sanabria García · Madrid 

    El letrado hizo todo lo posible para que el osito de menta encontrado entre los matorrales, al otro lado de la valla donde trabajaban en el diseño de un nuevo cohete, no se presentara como prueba. Sin embargo, allí estaba, dentro de su bolsa de plástico. Veinte años ejerciendo de espía y ni un solo fallo. El acusado intentó despegar con la punta de la lengua la fresa adherida al paladar, mientras el portavoz del jurado leía el veredicto. El juez lo miró por encima de sus gafas correctoras de presbicia, sin un atisbo de clemencia. Sería duro con la sentencia. José Rodríguez, apodado “El gominola”, recordó la advertencia de su madre. Se había quedado corta: su adicción a las chuches no solo le destrozó la dentadura, también, y lo que era peor, estaba a punto de arruinarle la vida.

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  • Vendedor de chuches

    Manuel de la Peña Garrido · Madrid 

    El viejo vendedor de chuches, junto a las gominolas y el regaliz, da lecciones de Derecho. “No seáis injustos ni abusones”, aconseja cariñoso a los chiquillos. Decenios antes, su auditorio lo formaban futuros letrados. Prestigioso catedrático, líder moral. Otros tiempos. Elegido por su amistad con los astrofísicos e investigadores atómicos, aceptó ser espía. Entonces la guerra se libraba en el espacio. Cohetes, satélites militares. Fue delatado por una agente doble. Guarda su sentencia condenatoria bajo una pila de tebeos. Perdió su cátedra. Sus colegas le llamaron "traidor", "títere de su ideología extremista". En la cárcel, estuvo aislado. Ahora abre un código derogado, sepultado bajo sobres de cromos. Contempla la manoseada foto escondida en el libro: Sonia, su único móvil, su única razón. Quedó hechizado por la ardiente mirada de aquella espía surgida del frío. Hizo la voluntad de ella. Lo pagó caro.

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  • Conciencia de espía

    Yemila Saleh Fraile · Bilbao 

    Hacen bien en contratarme. Soy el mejor, y pienso demostrárselo, querida Primera Dama, querido Vicepresidente, querido lobby conspirador: nadie sabrá que el Presidente murió al atragantase con una gominola y no por la explosión que produjo el cohete lanzado por terroristas contra su suite. Como he prometido, sacaré la gominola de su esófago antes de que lleguen el forense, el letrado y compañía, así no pasará a la historia como el Presidente que se atragantó justo antes de sufrir un atentado. Pero…¿saben que tengo una idea aún mejor? Cuando le saque la gominola, en su lugar colocaré una de esas pildoritas azules cuyas propiedades seguro que conocen. Así, nuestro querido genocida, responsable de bombardear medio mundo, será recordado como el impotente más torpe de la historia. Porque soy espía, sí, pero también un hombre con conciencia. Y ese tipo no se merece otra sentencia póstuma que la vergüenza eterna.

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  • Brujas de regaliz

    Manuel Pablo Pindado Puerta · Leganés 

    Decía que era un poco bruja, que podía leerte el futuro en una bolsa de gominolas. Yo quería ser espía, pero mi sentencia estaba escrita en azúcar multicolor “Serás juez”. ¿Y qué serás tú? Le pregunté. Ella miró la bolsa largamente, callada, y me besó. Mi primer beso, regaliz y fresa que volvieron a mis labios salados de lágrimas, después de tantos años, al releer el expediente: robo, consumo y tráfico, prostitución…La observé balancearse junto al letrado de oficio, tan delgada, con sus ojos de cielo perdidos quién sabe dónde, y recordé las carreras por el patio, su risa, mi viejo cohete de colores, Rubén, don Fermín. Esa noche le hablé a mi hijo de las brujas buenas. Ellas pueden leer tu futuro y, aunque pasen muchos años, saben encontrarte para ponerte una dura prueba. Y pueden subir a su escoba mágica y escapar de todo, sólo con desearlo.

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  • El extraterrestre

    Jerónimo Gallego Pérez · Valladolid 

    “… El detenido añade que llegó a la Tierra en un cohete propulsado atómicamente y que su profesión es la de espía intergaláctico. Interviene su letrado de oficio para pedir que sea reconocido por un forense. El detenido insiste en que tiene inmunidad diplomática, por lo que en todo caso la sentencia tendría que ser absolutoria, y que si no fuera así en este momento pondría fin a su vida tragando el veneno que contiene la cápsula verde que le fue intervenida y que se encuentra sobre la mesa junto con una máscara de “Drácula” y un gorro napoleónico. Su Señoría dispone que se le entregue el disfraz y la gominola y que sea trasladado al Instituto Psiquiátrico. Siendo las diecisiete horas…..”

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  • El hambre

    Christian Wein · Barcelona 

    Benjamin Franklin, presidente de los Estados Unidos de América dijo: “El hambre espía en la casa de los pobres, pero si la habitan personas trabajadoras, no se atreve a entrar”. Mi abuelo me repetía día tras día esta frase mientras yo, a mi corta edad, paseaba por la calle con mis compañeros de colegio comiendo gominolas e imaginándonos que nos convertiríamos en famosos astronautas descubriendo nuevos planetas a bordo de un cohete espacial. Curioso es, que esas sabias palabras que me inculcó mi abuelo nunca las haya olvidado y me hayan guiado en mi vida, haciéndome descubrir el ejercicio del derecho como letrado de oficio, trabajando duramente para defender a los más pobres, apelando sentencias de los tribunales, todo ello, para que ese espía al cual citaba B. Franklin no me acabara visitando ni a mí, ni a ellos.

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  • El carné

    Ángel González Puga · Miguelturra (Ciudad Real) 

    '-Le juro, señor letrado, que es la primera vez que me detienen en treinta años.Yo siempre iba a la ciudad por el carreterín de la costa, cargaba mi furgoneta en el mercado y regresaba al chiringuito como un cohete, huyendo de la carretera general.¡Y n

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  • El gato

    Carme Carles Félix · Tarragona 

    El letrado tenía un gato. Era un delgado siamés de ojos azules. Le puso por nombre “Gominola” por su capacidad de estirarse y pasar por sitios insospechados. Era “Gominola” un gato curioso. Como un espía se metía sigilosamente por todas partes, averiguando todo lo que se le antojaba digno de ser estudiado a fondo. Pero lo que destacaba sobre todas sus virtudes era la capacidad de dictar sentencia tan pronto como aparecía alguien culpable de un delito. Dos maullidos lastimeros era signo inequívoco de que el presunto delincuente que esperaba ser recibido por el abogado era culpable de la pena que se le imputaba. Para evitar malos entendidos, cuando recibía alguna visita lo encerraba en el armario de la limpieza porque una vez mientras recibía la visita de un personaje muy influyente entró “Gominola” en su despacho como un cohete, se plantó ante él y soltó dos lastimeros maullidos.

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  • Espía y letrado

    Pedro Llinares Cervera · Valencia 

    Alberto Sánchez Daurín, Letrado del Consejo de Estado y espía personal de Su Majestad, la Reina Elisabeth de Inglaterra, no sospechaba siquiera por un momento que aquella gominola de coca-cola en forma de cohete iba a suponer el fracaso de su arriesgada aventura. Había conseguido burlar a los servicios secretos españoles llevándose consigo la preciada información, pasó los controles del aeropuerto con el más refinado estilo inglés y, sin embargo, no pudo resistir marcharse sin antes robar aquella gominola del Duty Free. No hubo sentencia. Pocos segundos después de ser descubierto, consciente del alto precio que pagaría por su error, nuestro espía-letrado mordió la cápsula de cianuro que guardaba bajo la lengua. La prensa anunció: “Muere un Letrado del Consejo de Estado tras ingerir una gominola en mal estado. Su afligida esposa anuncia que emprenderá acciones legales contra el fabricante”.

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  • Juego de niños

    Nuria del Peso Ruiz · Madrid 

    El letrado suspiró con resignación. No entendía por qué el Gominola le enviaba anónimos escritos con letras recortadas de revistas ni por qué se empeñaba en llamarle muchacho. “Muchacho, tendrás que volver a sentarte conmigo en el banquillo”. Seguía viendo muchas películas. ¿Qué habría hecho ahora? Se conocían desde que usaban pantalón corto y jugaban a los espías escribiendo notas con jugo de limón. El Gominola metía petardos en las boñigas y gritaba “coheteeeee” cuando pasaba alguna niña pija de las urbanizaciones. Pero un día el cohete explotó demasiado cerca de la hija de un politicucho con suficiente influencia y le quemó la pantorrilla. Fue la primera vez que tuvo que defenderle, aunque aún no vestía toga y levantaba poco más de un metro del suelo. ¡Y ya estaba harto! Daba igual lo que hubiera hecho ni cuál fuera la sentencia esta vez. Una cosa tenía clara: sería la última.

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  • La desconfianza

    Monica Silvana Torres · Río Gallegos (Argentina) 

    El, sospechaba que había un espía en su estudio, el expediente del famoso estafador al que demandaba, había desaparecido. Encontró una gominola con forma de cohete en la alfombra de su oficina, y esa, era la única pista. Sabía que el delincuente tenía debilidad por ésta golosina, aunque estaría en prisión hasta el día de la sentencia ¿De quién desconfiar entonces? ¿De su hermosa secretaria, con la que engañaba a su esposa desde hace años? ¿De su hijo, un incipiente abogado que colaboraba con él? ¿De la chica que servía el café? pensaba, y las dudas lo atormentaban. Cansado y preocupado llegó a su casa muy tarde, guardó el abrigo, y busco a su mujer con la mirada. La vio sentada en el sillón con una bolsa de gominolas en la mano. El letrado supo entonces, que no era el único que engañaba.

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  • In fraganti

    María Presa Fernández · Bilbao 

    Con diez años decidí que de mayor sería espía. Tenía que prepararme. Introduje en mi mochila una grabadora, unos guantes y chucherías por si el hambre hacía aparición. Como primer objetivo opté por mi padre, un hombre recto y ecuánime, nombrado recientemente juez del Condado. Le seguí hasta su despacho en el centro de la ciudad y mientras absorto firmaba sentencia tras sentencia me escondí entre sus ficheros. Tras dos tediosas horas de quietud y empacho que casi me hicieron desistir entró una joven letrada que se inclinó sobre la mesa al tiempo que mi progenitor se afanaba en desabrochar su blusa. Perplejo introduje la última gominola en mi abierta boca. Fue el acabose. Al ver sus enormes y turgentes pechos en manos de papá me atraganté. Se hizo el silencio, un silencio que duró lo que tardó en explotar, cual cohete sideral, un tremendo tortazo en mi mejilla.

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  • Obsesión

    Luis Miguel Helguera San José · Valladolid 

    Yo ya había dejado de fumar y tú ya no me amabas, pero yo había sustituido la nicotina por gominolas y tú a mí por un letrado del Consejo de Estado. Sin embargo, te seguía necesitando, al menos aquella noche, víspera de mi examen de Oposición al Cuerpo Técnico de Hacienda. Pero al verte entrar en mi casa, no te reconocí. En tus herméticos ojos de espía sólo supe encontrar el temario completo del Sistema Financiero Español, sobre tus voluptuosos labios atronaban como cohetes de colores todos los í rganos de la Jurisdicción contencioso-administrativa. Bajo tu pecho no latía tu corazón, sino el frenesí de la Gestión Tributaria con libidinoso afán. ¡¨Con qué clase de misteriosa sentencia me condenaba tu cuerpo al delirio?
    Me acerqué por detrás, te abracé y empecé a besarte el cuello y los hombros, mientras mentalmente, como ausente, repasaba en tu piel el Derecho Procesal.

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  • Otro mal sueño

    Alfonso Pacheco Cifuentes · Palma de Mallorca 

    Abrió un ojo de mala gana y enfocó el despertador ¡Se había dormido otra vez! Se levantó como un cohete y se metió en la ducha. Recordó la pesadilla que había tenido: iba de un espía, osos de caramelo, muertos y mucha sangre. ¡Qué horror! Se puso el uniforme y bajó a desayunar de prisa y corriendo a la cocina. Su padre, con el traje que se ponía para los días importantes, la esperaba impaciente repasando su alegato para aquel juicio de asesinato por una simple bolsa de gominolas y que hoy, tras las conclusiones de los letrados, quedaría visto para sentencia. Aquello tenía que acabar, no podía seguir quedándose dormida cada dos por tres y llegar tarde al cole. Si no quería tener más pesadillas, debería dejar de escuchar a escondidas lo que su padre le contaba a su madre sobre los casos del despacho.

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  • Pésimas consecuencias

    M¡¦ Victoria Gil Arregui · San Sebastián 

    El Secretario del Juzgado sabía que se la estaba jugando, su actividad como espía no cuadraba con su status laboral, pero qué demonios, la tentación era demasiado fuerte, ante sí rutilaba el expediente incoado al impresentable de su cuñado, lo abrió Saboreando la desfavorable sentencia, le pareció notar por la zona del cogote que alguien lo observaba. Era el letrado Jovellanos, quien en ese instante puso una zarpa sobre su hombro; el Secretario sorprendido dio un respingo, atragantándose con la gominola que le estaba ayudando a calmar el desasosiego de su delictiva acción. Su color se tornó cárdeno del mismo tono que la subcarpeta del averno, Jovellanos enérgico gritó ¡ayuda! mientras le efectuaba la maniobra del abrazo del oso pardo, el Secretario expelió como un cohete la fatal golosina, que fue a parar al ojo izquierdo del Decano Emérito del Ilustre Colegio de Secretarios, único ojo útil a su edad.

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  • La felicidad

    Clara Sánchez Urbano · San Sebastián de los Reyes (Madrid) 

    Viaja con los ojos cerrados y la mente abierta. Ella no lo sabe, pero él la espía cuando duerme; se deleita contemplando como se estremece todo su cuerpo al pasar de un sueño a otro. Acostada, escapa de su juzgado colapsado, de la frustración, de las injusticias, de todo lo que hace ruido menos del palpitar de quien se acerca. Desea respirarla y se arrima. Cierra los ojos. ¡l lo ignora, pero ella no cabe en sí de gozo al saberse dueña del corazón más generoso, el de un letrado de causas perdidas. Una lágrima dulce cual gominola recorre el rostro de la durmiente. Afuera la Tierra sigue girando y los cazadores de felicidad, provistos de las más dispares armas, desde cohetes hasta sentencias, la buscan, ignorando que lo esencial para alcanzarla cabe en una cama.

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  • El letrado villano

    Marisol Artica Zurano · Castellón de la Plana 

    Decidido a cumplir su misión, se coló sigilosamente en la casa de Gutiérrez de Nerja. Para el resto del mundo, se trataba de un prestigioso letrado que ganaba casos imposibles. Pero la agencia lo había desenmascarado: en el mundo del subterfugio era conocido como el Villano de la Toga. Había inventado un artilugio para conseguir que los jueces, sin ser conscientes de ello, dictaran sentencias a favor de sus clientes, normalmente delincuentes de guante blanco acusados de fraude o desfalco. En el sótano encontró lo que buscaba: la Gominola de la Injusticia Suprema. Bastaba con que un juez la mascara para que su voluntad quedara sometida a los intereses del malhechor. Las medidas de seguridad eran extremadamente sofisticadas, pero él era un espía bien preparado y las burló sin problemas. En cuanto la tuvo en su poder, salió como un cohete de la casa con una sonrisa en el rostro.

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  • El púgil

    Miguel Horrach Munar · Palma 

    Aquella sentencia era un mal trago incluso para un letrado con veinte años de experiencia como él. Nunca debió aceptar el caso de Dwight "Gominola" Slim, quien había conseguido aquel apodo a base de encajar golpes en el cuadrilátero doblándose de forma tal que le hacía parecer de goma. Su carrera, veloz como un cohete, se estrelló cuando el puño de hormigón de Guss Laguardia le hizo vomitar media docena de dientes. Inútil para el boxeo, probó en algunos trabajos de poca monta hasta que alguien le pagó 500 euros por asustar a un listillo. Una noche le pillaron fisgando en aquel despacho oficial, nunca fue un buen espía. Le acababan de caer 12 años. Sus palabras al otro lado del aparato hacía meses que no dejaban dormir al abogado. - A ninguno nos conviene que pase una temporada a la sombra, usted ya me entiende.

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  • Inadvertido

    Agustín Martínez Valderrama · Gavá (Barcelona) 

    Apenas pude contener la risa al ver a su señoría disfrazado de cohete. Ni al joven letrado vestido de gominola. Aunque al final, ganó el fiscal, caracterizado de sentencia. La segunda posición fue para el hombre bala. Y terceros, empatados, quedaron el espía y la tonadillera. Yo, pasé inadvertido. No obtuve ni un solo punto. Y terminé en último lugar. A pesar de interpretar fielmente mi papel durante toda la noche. Di más de veinte viajes entre el juzgado y la furgoneta. Y además de joyas y carteras, también sisé los ordenadores. Incluso, reducí y maniaté al vigilante. Mientras, los invitados bebían champán y engullían canapés. Indignado, me marché tras la entrega de premios. Y al salir, tiré los guantes, el pasamontañas y la pistola. No logré conciliar el sueño. Pero el disgusto desapareció al día siguiente. Cuando me reconocí, estupendo, en la portada de todos los periódicos.

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  • Es su fantasía

    José María Grande González · Pozuelo de Alarcón (Madrid) 

    Hoy he salido un poco tarde por culpa de un letrado con exceso de retorica al que no le ha gustado la sentencia. Como sé que ella me está esperando he salido como un cohete del garaje y he continuado a toda velocidad. Me espía, quiere pillarme, saber dónde voy, qué hago, pero nunca se lo pongo fácil. Dejo que me siga durante unos minutos para que mantenga la emoción, luego dos giros imprevisibles y una rotonda a lo loco hacen imposible la persecución. Ahora se irá de vuelta a casa dando pábulo a sus sospechas de que me cito con otra mujer. Es su fantasía. Yo hago tiempo tomando un café y viendo pasar gente. Llegaré a casa como si nada, chupando una gominola de menta. Creerá que es para quitarme el sabor de la otra. Al principio se resistirá pero luego nos amaremos con pasión.

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  • La absolución

    Juan Carlos Flores Domínguez · El Puerto de Santa María (Cádiz) 

    Tan pronto como oyó el fallo que el juez adelantó in voce, abandonó la sala como un cohete, sin siquiera mirar a su estupefacto cliente, al que un policía ya despojaba de las esposas. Con sus interrogatorios, hábilmente dirigidos, el letrado había conseguido sembrar nuevamente la duda que tantas veces había sido su aliada. Sin embargo, el gesto serio que lo miró desde el otro lado del espejo del baño al que había corrido a refugiarse, no parecía ser el de alguien que acaba de añadir una nueva victoria a su larga cosecha de éxitos. Metiéndose en la boca una gominola, trató de enmascarar el amargo regusto que siempre le restaba tras cada sentencia absolutoria. Al abrirse la puerta se sobresaltó, como un espía que se sabe descubierto, y guardó apresuradamente la cajita de golosinas en el mismo olvidado bolsillo de la chaqueta en el que mantenía oculta su conciencia.

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  • Premio anticipado

    José Vicente Pérez Bris · Bilbao 

    El letrado vio llegar la limusina de Fachetti. Tragó saliva e intentó aparentar serenidad. Cuando la puerta de doble espesor se abrió, agachó la cabeza para entrar. Le recibió una pierna enfundada en seda negra. Sorprendido, permaneció inclinado. La escultural extremidad se agitó ante sus labios. Besó la pantorrilla y ésta retrocedió hasta el fondo. Su dueña, una atractiva rubia, le recibió con una sonrisa de marfil, mientras masticaba una gominola con los colores del arco iris. Lucía un conjunto de lencería transparente bajo un abrigo de pieles. El jurista notó que su entrepierna se elevaba como un cohete en la rampa de lanzamiento. La rubia se lanzó a facilitar el despegue. -¡¨Es este el premio por trabajar como espía para el señor Fachetti¡€™-preguntó embobado el abogado. -No, querido -dijo ella con la boca llena-. Es un adelanto para que me defiendas y obtengas una sentencia absolutoria por cargármelo.

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  • La parte contraria

    Ana Sofía de Gregorio Moro · Albacete 

    La contemplé como desgastaba los folios entre sus manos intentando quizás hacerlos desaparecer. Miró al pequeño Manuel y adiviné que detrás de aquella mirada y de aquel papel se escondía un dolor que yo apenas intuía y me sentí como un espía en una película que no le corresponde. Mientras ella leía, coloqué mi mano en su hombro, intentando reprimir sus ganas de huir de aquella escena y no la retiró, temblaba. Dejó la demanda a un lado y volvió los ojos a su hijo que jugaba con un cohete mientras devoraba la gominola que yo le había regalado, después me miro a mí y el tiempo se detuvo, en sus ojos vi dos lágrimas.
    La sentencia sería clara; yo era el letrado contrario y lo había preparado para que así fuera. Volví a observarla, ¡Estaba tan hermosa!... Aquella mañana perdí un juicio y un cliente, pero gané una familia.

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  • Juegos de guerra

    Gerardo M. Rodríguez López · Salobreña (Granada) 

    Tras la intervención de su particular letrado, los acusados esperaban impávidos la sentencia mientras saboreaban unas gominolas. La defensa había argumentado la existencia de un fallo técnico en el sistema de propulsión del cohete que debía transportar al espía hasta territorio enemigo. Sin embargo, de poco sirvió tal argumento desarrollado por su hermano mayor, pues la mamá de aquellos diablillos no sabía aeronáutica ni era entendida en tácticas de guerra. La pena fue inmisericorde: una orden de alejamiento permanente de su mascota y tres meses sin paga. El pobre gato aún se recupera del susto de aquel vuelo infernal que le condujo contra la tapia de la casa de enfrente.

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  • El chico

    Ana Nieto Hernández · Madrid 

    El "Clan del Gominola" había controlado desde siempre el trapicheo en el poblado. En aquel lodazal olvidado reinaba la ley del más fuerte y hasta los coches de policía tenían que pasar a toda velocidad ululando las sirenas entre los grupos de yonquis encorvados y famélicos, enfilando como cohetes la autovía en dirección a la ciudad. Allí todos los chavales tenían antecedentes y la inmensa mayoría había purgado ya alguna sentencia de condena. El letrado del turno de oficio paró su coche frente a una lujosa chabola de la que sobresalían varias antenas parabólicas. En la puerta le esperaba el patriarca con su sombrero calado y su bastón, mientras un chiquillo descalzo y con el pelo estropajoso acechaba tras un contrachapado con ademán de espía. -Buenas tardes, Tío Julián, hoy le traigo buenas noticias. Al chico sólo le ha caído un año. Mañana sale del talego.

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  • Alegato

    José Luis López García · Sevilla 

    Tiene la palabra señor Letrado. Con la venia Señoría. Señores del jurado: mí defendido, rotundamente, no es un espía. Y mucho menos un súper héroe, que emulando a los que salen en las películas, ésas donde un experto en artes marciales y en operaciones especiales, sale rodeado de bellas mujeres y en un alarde de valentía consigue los planos del cohete y los vende a otros países. No, señores del jurado, mi defendido es todo lo contrario. Mi defendido es una persona tranquila, amable, cariñosa, sensible, que pasa la mayor parte de su tiempo en su hogar rodeado de los suyos. Que su único delito fue estar en el sitio y hora equivocados, mientras compraba gominolas. Señores del jurado, no creo que esta circunstancia sea motivo suficiente para dictar una sentencia condenatoria. Sinceramente, creo que se equivocan, entre otras cosas porque mi defendido, señores del jurado, solo tiene cuatro años.

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  • El alquimista

    Julio Montesinos Barrios · Córdoba 

    Martin Obermayer era un verdadero alquimista, miembro de una vieja estirpe que dominaba los arcanos del proceso de elaboración de las gominolas. Conocía el secreto de los hidrocoloides, mágica serie de sustancias capaces de espesar el agua y lograr la textura característica de éstas. Azúcar, aromas y esencias mezclados en el misterioso atanor de su laboratorio. Tanto el juez Klaus como el letrado Strasser daban buena cuenta de su última creación mientras lo contemplaban inquisitorialmente, refrescando su yermo paladar con aquella explosión dulce de sabor a niñez. Un diminuto cohete que se deshacía en la boca en lo que dura un mal pensamiento. Como el que Obermayer tuvo cuando acabó con el espía que intentaba descubrir su piedra filosofal. La sentencia supo a poco a Strasser, quien seguramente hubiera pedido mayor pena si llega a saber que uno de los componentes de la golosina que degustaba era el infortunado espía.

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  • Bonus, bonum

    Lola Hermosilla Gómez · Sevilla 

    El letrado miró a su defendido con odio. Resultaba difícil solidarizarse con él sabiendo lo que había hecho; aprovechando su condición de miembro del Comité Organizador Hebdomadario de Eventos y Tertulias en España (COHETE), había vendido a los chinos la receta de la tortilla de patatas, a los rusos la del pacharán y a los americanos la del café como Dios manda. En todo el mundo se repiten imágenes grotescas; en Beijing comen tortilla de patatas con bambú, los granjeros tejanos beben cortados con montones de nata montada y en San Petersburgo hacen combinados de pacharán y vodka, todo un crimen. Pepe Bono, español por excelencia, pidió que la sentencia sirviera de escarmiento para futuros espías de la sapiencia patria. "Ejto ej algo que los ejpañoles no ejtamos dijpuejtos a tolerar", declaró. Preguntado también por su peculiar acento, respondió; "Ej que de pequeño me atraganté con una gominola".

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  • Dulces vicios

    Natalia Lechón Camino · Valladolid 

    Disciplinada como pocas, tenía un vicio, una adicción que no podía contener. De nada servían sus esfuerzos, casi siempre vanos; de nada valía ser persona razonable en casi todos los aspectos de su vida; aquello era superior a su espíritu sacrificado y voluntarioso. No debo hacerlo, se decía, consciente de no poder evitarlo. Analizaba pros y contras. Intentaba convencerse de que, después de un placer sin límites, llegaría el precio a pagar. Movió los ojos a un lado y a otro, sin apenas girar la cabeza, cual espía. Nadie la observaba, pero ella, sabedora de su mala acción, dictó su sentencia: culpable. Y salió rápida, como un cohete. Por favor, cien gramos. Y se sentó, casi a oscuras, en la sala de Letrados a devorar sus gominolas.

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  • Buick del 29

    Basilio Campos Rogel · Paterna (Valencia) 

    Salió sonriente de la sala, comiéndose una gominola. Minutos antes su Letrado le había notificado que había quedado absuelto de los cargos de delito contra la propiedad industrial y robo de los planos del Cohete XXX19. El espía se sentía triunfante, sobre todo porque de la sentencia anterior también había salido airoso. Cruzaba la calle, un Buick del 29 se acercaba a gran velocidad. No tuvo tiempo ni de percatarse, le alcanzó. Ya en el suelo, a su lado escrito con sangre .. X19 Est Central.. .buz 12. .. El conductor del Buick...lo borró con el zapato...

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  • El hijo

    Francisco Castillo Sánchez 

    El niño me ofreció una de sus gominolas. Estaba realmente buena. Pero enseguida mi vista se nubló. Un sudor frío entró en mi cuerpo. Sentía que sudaban todos mis órganos, que me desvanecía. Segundos después tuve una sensación diferente. Me sentía levitar y me daba la impresión de que iba a salir disparado como un cohete. La sesión estaba a punto de empezar y yo estaba fuera del mundo real, estaba inmerso en una película. El magistrado llamó al letrado y yo no me enteraba de nada de lo que decía. Sólo reaccioné cuando el juez dijo la palabra fiscal. Tenía que solicitar la sentencia de muerte para el espía que nos había traicionado. Eso lo sé ahora. En ese momento todo estaba en blanco y negro. Miré al acusado y lo último que recuerdo es que se parecía enormemente al niño que minutos antes me había dado su gominola.

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  • Soborno a Domínguez

    José María Provecho Carpintero · Fresno de la Vega (León) 

    Archivo: nuevo. Empieza otra jornada laboral, redacto un nuevo recurso, estudio el sumario, me pierdo en mil cavilaciones..., mi cabeza da vueltas. El caso no es fácil, un espía industrial pone en peligro la fabricación de un sofisticado cohete, los datos me marean, me cuesta procesarlos, será difícil conseguir una sentencia favorable..., consultaré a Domínguez, es veterano y sé que soy su letrado preferido dentro del bufete. Me dirijo a su despacho no sin antes coger una bolsita de surtidas gominolas, son su debilidad, le sobornaré con ellas, las de fresa le pierden. Escape, salir, me escapo y salgo..., ¡maldición! Domínguez está con Arturito quien le alarga sonriente, una bolsa de gominolas de fresa espléndidas. ¡Estoy perdido!.

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  • Una vez más

    VICENTE KÜSTER SANTA-CRUZ · Valencia 

    El espía no tenía miedo a nada. Ni siquiera la proximidad de la sentencia conseguía alterar su estado de ánimo. En el peor de los casos le caerían seis meses de cárcel, que esquivaría al carecer de antecedentes. Su actividad no le llenaba de satisfacción, pero ¿quién estaba dispuesto a renunciar a unos cuantos ceros en su cuenta corriente por un quítame allá esas pajas? En esos momentos, la televisión mostraba el lanzamiento de un cohete espacial de grandes dimensiones. Una gominola más –pensó– y aquel reportaje insufrible daría paso al partido de fútbol. Su afición por las chucherías iba camino de convertirse en adicción. Sonó el teléfono y, al otro lado, la voz del letrado le puso en antecedentes: allanamiento de morada, conducción temeraria y resistencia a la autoridad. Miró al trasluz la bolsa de las golosinas y, tomándose su tiempo, sentenció: Esta bien, pero sólo una vez más.

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  • Voló la Justicia

    José Aurelio Ruiz Tolosa · Alicante 

    El copiloto, de ignorada nacionalidad, constitución fuerte y ademán de zoquete, miró al pasaje disimulando su estrés. Mientras, la auxiliar de vuelo –gourmet improvisada– untaba con mermelada tostadas para los niños del Magistrado. Don Edgar fue letrado pero ascendió, como humo por chimenea, del estrado del Juzgado al Ministerio Anticorrupción. Le acompañaba su mujer, Gladys, abogada que cambió la toga por la didáctica tarea de cuidar a Rodrigo –un niño con síndrome de Down que dormitaba cual marmota– y Elizabeth –una piraña rubia que devoraba gominolas con forma de botijo–. El copiloto, espía infiltrado, sintió la soledad del suicida ante la inmolación, sufrió una crisis y desconectó el bloque explosivo que con sigilosa prevención había adosado al sistema eléctrico. Esta última apelación a la compasión no evitó la sentencia final: la fianza de la mafia era un cohete que desde la nieve se elevaba buscando la pintura del avión.

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  • Susana

    Carmen Reija López · A Coruña 

    En su pequeño quiosco de pueblo aquel letrado frustrado leía novela negra, de mafiosos y espías, mientras comía gominolas como un poseso. En esas andaba cuando vio pasar aquel descapotable rojo a la velocidad de un cohete. Era Susana, la guapa abogada, ahora cincuentona, que hizo nacer en Tomás –el quiosquero- su vocación por el Derecho. Aquella prestigiosa letrada, socia de un importante bufete de la capital, era una feminista radical, pero también una devoradora de hombres. Tomás apoyó sobre el mostrador la novela que estaba leyendo y salió presuroso a la calle para llegar a ver solo la estela de aquel flamante deportivo que se alejaba de su vida. Suspiraba por Susana, pero era consciente de que ella seguiría devorando otros hombres y él nada más que gominolas. Eso decía la inapelable sentencia que dibujaba su destino.

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  • Visto para sentencia

    Sara Sánchez Gascó · Paterna (Valencia) 

    Resultaba divertido ser la espía de aquella simulación tan bien orquestada. Mi hijo Daniel ejercía de letrado de la acusación, vistiendo una peculiar toga diseñada a base de bolsas de basura, mientras su padre le miraba desde el improvisado estrado, en su papel de juez. - Miguel cogió mi cohete del baúl y se comió la gominola que había dentro. Pido que lo castigues por robarme mis cosas a recoger la habitación, y que me devuelva mi cohete y me pague la gominola. Miguel, que en lugar de toga vestía el disfraz de Darth Vader del último carnaval, tomó la palabra. - El cohete estaba escondido en el baúl y sin dueño. Yo me encontré un tesoro, papá, y tú dices que si encuentro un tesoro es para mí. No soy culpable. Antonio miró a los niños y, como si estuviera realmente en el juzgado, espetó: “Visto para Sentencia”.

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  • Traición

    Elena Muñoz Colera · Jerez de la Frontera (Cádiz) 

    Berlín, 17 de enero de 1944.

    Gerda Müller se frotaba nerviosa las manos mientras el Letrado se acercaba a ella para iniciar su interrogatorio. La sentencia sería de condena a muerte. Como espía para los americanos había conseguido una valiosa información sobre el cohete V2 que había salvado la vida de miles de personas. Aunque eso poco le importaba ya, ni tampoco que su país perdiese la guerra. Solo podía pensar en él, el Coronel Ripley, por el que había cometido un crimen tan terrible como la traición y por quien había sido tan cruelmente traicionada. Fingió atragantarse con su saliva y con un hilo de voz pidió permiso al Tribunal para comerse la gominola que sacó de su bolso. Solo un segundo después de tragarla sintió el cianuro recorriendo sus venas y se dejó llevar a otro mundo, a otra guerra … la de su conciencia.

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  • ¡Acción!

    Francisco Melero Maíllo · Barcelona 

    Coge disimuladamente una gominola de la bolsa que esconde sobre las rodillas, detrás del estrado, y piensa con hastío que ésa es su mayor diversión en los últimos tiempos. ¡Qué triste! Tiene forma de cohete. Le encantaría huir en uno de ellos, acabar con su vida rutinaria y patética, perder de vista para siempre a pedantes letrados y acusados de mirada culpable, encontrando alicientes que le motiven de verdad. Pero no se atreve. El hombre que espera su sentencia, junto al nervioso abogado, viste gabardina. Parece un espía. ¡Espía! ¿No sería emocionante dedicarse a una profesión tan arriesgada, pudiendo cambiar de apariencia cada dos por tres? Sin más, cierra el expediente y, muy serio, espeta: “Libertad sin cargos y sin fianza. Libertad absoluta.” Los presentes apenas tienen tiempo de ver caer la toga al suelo, mientras un hombre feliz sale a toda prisa con una bolsa en la mano.

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  • ¿Pruebas?

    Francisco Javier Romero Pareja · Melilla 

    Entre las carcajadas de público, letrados y hasta del mismísimo juez que debía dictar sentencia, los peritos desmontaron ambas pruebas: los planos secretos de un cohete hallados en el domicilio del presunto espía resultaron ser las imposibles instrucciones de montaje de un mueble de Ikea, y la cápsula de cianuro que intentó llevarse a la boca cuando fue detenido no era más que una simple gominola de limón.

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  • ¿Y SÍ…?

    Laura González Herranz · El Escorial (Madrid) 

    El espía estaba agotado, cansado de su vida. Todo el día de acá para allá, vigilante, expectante, silencioso como un lince, raudo como un cohete, mirando continuamente tras su espalda, rezando por no ser descubierto. Pasaba días y días agazapado en su coche sin probar un bocado caliente. Sólo en compañía de una coca-cola ligth y unas tristes gominolas. Y fue allí, con el corazón encogido por la amargura y el pelo salpicado de canas, cuando sintió su respiración susurrándole en la nuca. Llevaba meses siguiéndola, imaginando sus andares sensuales y su boca carnosa. La imaginó salir de la casa del letrado, orgullosa, con los documentos bajo el brazo. No tuvo tiempo de verla, sintió la bala que atravesaba su pecho y en ese instante, con una claridad que nunca había tenido, comprendió la sentencia que había caído sobre él desde el mismo momento en que nació.

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  • Un dulce final

    José Enrique Sánchez-Paulete Hernández · Coslada (Madrid) 

    No quería el cohete. Era de plástico, con alerones y cápsula roja, relleno de chocolatinas. Pero Jaime miraba a la pistola plateada con balines amarillos que colgaba más arriba de la pared. Tenía tres años y despuntaban sus aptitudes delictivas. Mucho mejor el cohete, además esta relleno, no has visto. Quero la pitola. Pero por qué. De mayo voy a se espía, como mamá. Su madre, cuyas piernas envueltas en caladas medias me trajeron de cabeza años atrás, me lo había dejado aquella tarde. Su trabajo de letrado en el Tribunal Constitucional, no tenía horas. De improviso requirieron sus servicios para trabajar sobre una sentencia largo tiempo esperada. Quero la pitola, voy a se ssspía. Además es como la de mamá, de prata. Entonces sonó un disparo, y caí al suelo. Lo último que recuerdo es el sabor dulce de una gominola que se fundía en mi boca.

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  • American style

    Pilar González Cuevas · Córdoba 

    El espía pagado por el abogado más popular de la comarca hacía guardia pacientemente sentado en su coche. El asiento del copiloto la prueba evidente de horas de guardia y de carencia de medios: bolsas arrugadas y grasientas de patatas fritas, para cubrir las necesidades de sal; crujientes restos de azúcar de gominolas para evitar caídas de tensión; vasos de plástico arrugados?Maldita Sentencia que obliga a vigilar si la tía pija de la foto está siendo mantenida por un maromo. Pero ella salía rauda como un cohete en su BMW plateado y se perdía en la ciudad sin dejar rastro. Meses sin cobrar un seguimiento. Aquél día tuvo suerte. Un tipo con aire de broker de teletienda llamó al timbre y ella le abrió. Se echó a la cara su Nikon como una ametralladora?Jodido Letrado?A ver como se lo explicas a tu cliente. Esta vez cobro seguro.

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  • Tutifruti de gominolas

    ¡µlvaro Bourkaib Fernández de Córdoba · Madrid 

    Gominola de fresa.
    A mi derecha, un espía con cara de póquer. No debe ser muy bueno, porque hasta yo, en mi estado, me he percatado de que es espía
    (Investigador Privado, apuesto que dice su tarjeta).
    Gominola de limón y otra de color marrón de sabor indescriptible. De Coca-Cola, dirían mis hijos.
    A mi izquierda, sin duda, un abogado. Lo hubiera sabido aunque no llevara toga. Habla demasiado rápido como para que su interlocutor, que le mira con los ojos muy abiertos (y la boca muy cerrada), le entienda, y se levanta como un cohete cada vez que la puerta de enfrente se abre. Impresiona ver cómo al traspasarla evoluciona de simple abogado a Ilustre Letrado.
    Tutifruti de gominolas. Cada vez tengo más ansiedad (y menos gominolas).
    Quien puso la máquina expendedora del juzgado se debe estar forrando a costa de quienes, como yo, esperan impacientes Justicia (digo... sentencia).

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  • Ya soy letrado

    Alfonso Ruiz Sánchez · Valladolid 

    Hoy me he colegiado. Ya soy letrado. Junto al carné profesional me han entregado, con mucho ringorrango, boato y protocolo y de la mano del Señor Decano, un ejemplar del libro HACIENDA TE ESPí–A, editado por la ASOCIACIí N DE ABOGADOS DE TODO A CIEN. Además, un juego muy completo de sentencias condenatorias, todas ellas con costas, de los distintos órdenes y tribunales jurisdiccionales. Las hay civiles, penales, contencioso administrativas, sociales, del Togado Militar e incluso una del Tribunal de la Rota. También un cohete, con instrucciones de uso en letra negrilla y subrayada, que dicen: UTILIZAR CUANDO SE GANE EL PRIMER PLEITO, con fecha de caducidad hasta el año 2030. Y finalmente por apuntarme a los turnos de oficio, una cajita precintada que contiene, para casos extremos y como último recurso, una gominola de cianuro. Eso si...de un solo uso y sin efecto devolutivo.

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  • La trama

    Carlos Bento San Roman · Madrid 

    "El juicio queda visto para Sentencia". Las palabras del Juez estaban preñadas de aburrimiento y al letrado le dio la impresión de que la sentencia ya estaba dictada desde hacía varios días. Al salir, el Juez miró furtivamente a su cliente y el abogado pudo percibir un destello de pánico en sus ojos. El abogado suspiró satisfecho en su estrado mientras la secretaria salía disparada como un cohete tras el Juez. Al salir de la sala masticó con fruición la gominola de nicotina que le aplacaba desde que había dejado de fumar. - "Acusarme de actuar como espía sin pruebas me parece un despropósito, supongo que el Juez habrá entendido nuestros argumentos, no?", le espetó, sonriente irónico su cliente. - "No te preocupes por nada. Y no te olvides de mandar ya el dossier con las fotos del juez y de la secretaria en Varadero".

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  • No te vendas

    Francisco Lorenzo Parada · Santiago de Compostela 

    Rodeado por aquellas cuatro paredes, conocí la sentencia: culpable. Varios testigos, una víctima y una persona que supongo hizo el papel de letrado habían expuesto los hechos que dictaminaron mi condena. Hoy no puedes fiarte absolutamente de nadie. A uno de aquellos testigos lo había creído mi amigo. Y me había traicionado. Le habían pedido que me siguiera de cerca como espía por si recaía en otra conducta conflictiva. Y él se había mostrado de acuerdo. No le importó que después lo mirase como a un traidor. Parece mentira que te haga eso alguien que ha vivido tantas primeras cosas contigo: compartir en el bingo vuestro primer boleto premiado, encender vuestro primer cohete en la feria del pueblo... Y qué importará lo que pueda prometerte un profesor si pierdes a un amigo porque te acusa de haberle robado una maldita gominola a un párvulo en el patio del colegio.

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  • Maldita tele

    Ignacio Hormigo de la Puerta · Sevilla 

    A aquel letrado se le habían acabado las ideas. Había trabajado duro en el caso, explorado cualquier estrategia de defensa posible, pero cómo defender lo indefendible; su cliente, un espía de medio pelo, había tenido la brillante idea de intentar desactivar el cohete enemigo vaciándole una bolsa de gominolas en el tanque de combustible. El resultado no había podido ser más desastroso; el cohete se había disparado y había ido a impactar en nuestro territorio, concretamente en la mayor granja avícola del país. Nueve mil quinientas veintisiete aves y un indefinido pero cuantioso número de huevos había sido el resultado del macabro recuento de bajas. Ríete del Kentucky Fried Chicken. La sentencia estaba cantada; cadena perpetua por alta traición. Llegada la hora del alegato final, el abogado se llevó las manos a la cabeza, levantó la mirada como clamando al cielo y gritó; ¡Ay, McGiver, cuánto daño has hecho!

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  • Mala elección

    Teresa Lagranja Vallés · Castellón de la Plana 

    Durante mi larga vida de espía me vi obligado a matar muchas veces, pero debido a mi gran astucia nunca me descubrieron. Los años, sin embargo, me hicieron descuidado y al fin me sorprendieron intentando robar los planos de aquel cohete. A pesar de todo pude haber salido indemne; las pruebas en mi contra eran circunstanciales, nadie me vio estrangulando al pobre guardia de seguridad. Pero la justicia divina no estaba dispuesta a perdonarme y me hizo elegirle a usted, entre tanto letrado que pulula por el mundo, para que se encargase de mi defensa. En ese momento yo mismo firme mi sentencia. Porque solo usted es capaz de enfrentarse al fiscal chupeteando una gominola de fresa, de escupirla a la cara del juez en un golpe de tos y de llorar de risa luego. Después de aquel espectáculo, mi condena era inevitable.

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  • Portada en prensa

    Carlos Díaz Quiroga · Fuenlabrada (Madrid) 

    El letrado chupaba lento y prolongado la gominola que su amigo James Meadow le había dado a la salida del juzgado mientras le leía la extraña sentencia del espía que capturó fotos del cohete MAFEVI, último intento de una prolongada serie fallida de los terroristas por colocar cargas explosivas en los cielos de los enemigos occidentales.Nada fuera de lo habitual: tensión política, acusaciones mutuas y cabeza de turco dispuesto a pagar el pato de lo que los jefes propongan en esa ocasión. Pero había algo en este caso que llamaba la atención. El acusado era una anciana de 87 años de edad, lejos del ideal del 007, negra y asiática. Nada cuadraba. La foto en los periódicos no sacaba ninguna conclusión. Solo ella conocería las razones que le llevaron a ser portada internacional. Su hombre, Wanyiro, significaba la más bonita de la tribu. Su sentencia, rotunda, pena de muerte.

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  • La sombra

    Joan Iglesias · Hospitalet de Llobregat (Barcelona) 

    Paralizado, permaneces un instante en silencio tras el estruendo con el que rompes la noche. De repente reaccionas; como un cohete desalojas el vehículo y pasas a evaluar los daños de la carrocería de tu Mercedes: son insignificantes. Has destrozado una moto estacionada y la farola a la que se sujetaba: mi moto. Como buen Letrado, sabes que has de dejar una nota, sabes que lo pagará tu seguro, sabes que no has de esconderte. Pero lo haces. Oteas tu alrededor y te convences de que nadie lo ha visto, ningún espía impertinente. Arrancas tu Mercedes y desapareces sin dejar rastro y sin reparar en mi oscura presencia en el balcón de delante, una sombra herida masticando una gominola. Has dictado tu sentencia Abogado. Sé quién eres, sé dónde vives, sé en qué parking duerme tu Mercedes rutilante: dormirás esta noche pero hoy has despertado a tu pesadilla.

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