Imagen de perfilSucedió en un pueblo de la «costa da morte»

sebastian barranco ledo 

Los pescadores faenan mar adentro. Mientras, las mujeres aguardan, confeccionando puñetas de encaje para la magistratura capitalina.

En la taberna del puerto, un viento racheado abre las puertas de golpe. Aparece un forastero. Con una seña, pide café y aguardiente. Por la manga del chaquetón le asoma un tatuaje, y los parroquianos entienden que es hombre de mar.

—Este café levantaría un muerto —dice el tabernero—. Eso sí, tiene fecha de caducidad —añade, guiñando un ojo—: si deja que enfríe, va a llevarse una decepción.

Al fondo, don Leandro, el abogado, relata la efeméride local: el fatal hundimiento de un mercante extranjero tal día como hoy, hace cien años. —Según las leyes del mar, al capitán le habrían caído otros tantos. Quien hace un cesto hace ciento.

Entonces, un resplandor ilumina la taberna. El forastero se funde con la luz, emprendiendo nuevo rumbo.

El capitán ha cumplido su condena.

 

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