IX Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Imagen de perfilA flor de piel

Jerónimo Hernández de Castro 

¡Qué decepción tan grande! Y en un momento tan delicado en la Audiencia… Dos grupos enfrentados por la exhibición de los símbolos de dignidad judicial y ahora esta tensión innecesaria. Como funcionario más antiguo en la oficina de administración se sentía responsable. Él, siempre tan escrupuloso con las fechas de caducidad de los productos, solo quiso ser creativo con un regalo sorpresa en la cesta de Navidad. Aquellos vales de descuento en el centro de belleza fueron la causa. La mayoría de los miembros del organismo optaron por un corte de pelo o un tratamiento facial pero, ¿quién podía pensar que tantos juristas pintarían puñetas de henna cubriendo sus antebrazos, o que la propia presidenta exhibiría en el cuello un tatuaje con el emblema de la Orden de San Raimundo de Peñafort?.

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El más votado por la comunidad

Imagen de perfilDécadas de profesión

Aurora Roger Torlá 

Paso firme, hacia el Juzgado, con mi toga nueva voy, y sus puñetas, regalo que mi abuela me bordó. Letras góticas, a un lado , "justicia", "balanza", "amor", me recuerdan el legado de mis padres, el mejor. Sus puntillas me dan suerte, talismán, secreto don, su presencia me hace fuerte , encajes de inspiración. Miro a lo alto y me sorprende una cesta de ilusión, tatuaje suave, inerte, puntillismo de color. Cielo en ecos, ondas tenues, arco iris, emoción; con caducidad, no muere, surgirá en otro rincón. Diez mil folios del sumario repasé con atención, este juicio está ganado, castigo al defraudador. Atrás quedaron los años de novato y de bufón, con errores y fracasos, tropiezos y decepción. Soy letrado veterano, décadas de profesión, en mi despacho " el anciano", para mi gente, Ramón.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfilEl legado

    Maria Teresa VALIÑA MARTINEZ · Cantanbria 

    Ensombreció su rostro la decepción de quién sabe que ha perdido. Con la mirada recorría la sala abarrotada en el día de su última contienda. El paso del tiempo le había derrotado, la caducidad de aquel estúpido plazo... No solía fijarse en aquella negra toga, color verdugo, que llevaba el Juez. Miraba a los ojos, así debe hacerse siempre. Topó la vista en sus puñetas, sin ellas verdaderamente hubiera parecido un verdugo. La voz de su adversario le interrumpió: -Disculpe- decía. Tenía un tatuaje en el brazo que apenas llegaba a tapar el traje. ¡Disculpe! No parecía escuchar. Estaba mayor. Le habían regalado una magnífica cesta de navidad por su jubilación. Sintiendo la certeza de que a él también le llegaría el día, le estrechó la mano –Profesor le felicito-. Miré a aquel joven y reconocí con amarga satisfacción a mi alumno. Me había ganado a mí mismo.

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  • Imagen de perfilSin Puñetas

    Joaquin rodriguez hurtado 

    Estoy nervioso, es mi primer día y no quiero causar decepción. Me siento en el estrado y miro a mi madre como único público con su cesta de la compra. Me sonríe. Sé que en casa me borda unas puñetas para cuando sea juez. Entra en sala el acusado, que mira desafiante al mundo, sus tatuajes son toda una declaración de intenciones. Cuando empieza la vista, en cuestiones previas alego caducidad. ¿Prescripción? me corrige la Juez y el mundo se me viene abajo, pero tiene razón y rectificó: prescripción. El fiscal mira y remira la causa, finalmente se aviene y hace un comentario oscuro sobre la instrucción. He ganado. Estoy contento. Mi madre no se ha enterado de nada, pero yo sé que por mucha puñeta que me haga no quiero ser juez, sino abogado. El juicio termina y sigo nervioso, creo que me tomaré el resto del día libre.

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  • Imagen de perfilTormenta de nieve

    Vicente Küster Santa-Cruz 

    Otro día más nevando, qué decepción. Son ya seis jornadas sin poder salir del pueblo por el temporal. Bomberos y Guardia Civil hacen lo que pueden, que es poco. Y aquí seguimos, esperando una tregua en forma de ligera mejoría que no llega. Cada mañana Matilde nos trae en una cesta comida casera que ha preparado. No hay quien resista este frío con el estómago vacío. Para un abogado ducho y estresado como yo, la idea de relajarse una semana en la Cantabria infinita sonaba fascinante. Qué puñetas, el despacho saldría adelante sin mí por unos días. Pero las jornadas pasan, el juicio se aproxima y la paciencia de mi cliente vip tiene fecha de caducidad. -Márcalo más-, le insisto al tatuador, que trabaja incesante sobre mi brazo la frase "Tresviso -18". El tatuaje debe ser convincente. Solo así el cliente podrá apreciar la impotencia de permanecer incomunicado. ¡Maldita sea!

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  • Imagen de perfilCUARENTA AÑOS

    Mayra Regidor Muñoz 

    Cuarenta años. Y aún con la misma ilusión, ganas y emoción que la primera vez que tomó posesión de su primer destino. La misma mirada vivaz en sus ojos, las mismas ganas de estudiar, aprender y dejarse sorprender. La misma alegría. Con energía joven aunque las puñetas de su toga delataban el paso del tiempo. La profesión había sido generosa con él, y le había brindado toda su sabiduría, su templanza y sus pocas decepciones, conformando todo ello sobre su memoria un tatuaje perfecto que trataba de reflejar en cada sentencia. Era consciente de que la cesta de la balanza se inclinaba a su favor y él, agradecido y consecuente, correspondía desde su juzgado con entrega absoluta, mucho sentido común y un renovado espíritu de superación. Ayer se jubiló. Cuando más sabía, cuando más comprendía, cuando más se entregaba. Caducidad: cuarenta años no son nada.

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  • Imagen de perfilUN ÚLTIMO ACTO DE CONTRICIÓN

    José María Rodríguez Gutiérrez 

    Cuando el juez alzó la mano para darme la última palabra, pude ver los tatuajes que ocultaban sus puñetas, recuerdos de un pasado más convulso y menos honorable en el que compartimos alcohol y delincuencia. Mi abogado había hecho un gran trabajo -Anote mentalmente no olvidar mandarle una cesta por navidad-: había desmotado la versión de los testigos y hundido la credibilidad de los peritos. Mi absolución era segura, pero mi conciencia me empujaba al abismo y hacía tiempo que había puesto fecha de caducidad a mi libertad. Estaba cansado de huir como un vulgar ratero. Me puse en pie, tomé aire y, muy lentamente y ante el asombro general, me confesé culpable de todos los cargos. El juez me sonrió indulgente y me abandoné a aquella plácida redención. Sólo lo sentí por mi letrado. Cada noche, en mi celda, recuerdo su cara de decepción y rezo por él.

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  • Imagen de perfilDécadas de profesión

    Aurora Roger Torlá 

    Paso firme, hacia el Juzgado, con mi toga nueva voy, y sus puñetas, regalo que mi abuela me bordó. Letras góticas, a un lado , "justicia", "balanza", "amor", me recuerdan el legado de mis padres, el mejor. Sus puntillas me dan suerte, talismán, secreto don, su presencia me hace fuerte , encajes de inspiración.
    Miro a lo alto y me sorprende una cesta de ilusión, tatuaje suave, inerte, puntillismo de color. Cielo en ecos, ondas tenues, arco iris, emoción; con caducidad, no muere, surgirá en otro rincón.
    Diez mil folios del sumario repasé con atención, este juicio está ganado, castigo al defraudador.
    Atrás quedaron los años de novato y de bufón, con errores y fracasos, tropiezos y decepción.
    Soy letrado veterano, décadas de profesión, en mi despacho " el anciano", para mi gente, Ramón.

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  • Imagen de perfilVeinte días

    Jordi Ferri Tomás 

    Había contado los plazos. No había problema de caducidad. Veinte días, hábiles, clavados, sin contar domingos, festivos ni sábados. El paso de los días hasta tener presentada la demanda había quedado impreso en mi cuerpo como una ruta de sufrimiento, una procesión, como un tatuaje reciente y doloroso.
    Como un posible argumento en la cesta del abogado contrario, pensaba en que me pudiera alegar caducidad. Me imaginaba las mangas del Magistrado, concretamente veía las puñetas insertas en su toga, de la que sobresalían unas manos serenas, casi armónicas, removiendo papeles con fechas… Me daba la palabra para alegar sobre esa alegación. Yo disfrutaba el momento, la decepción del abogado de la Empresa, cuando con un calendario en la mano contaba los días transcurridos desde la fecha del despido hasta la de la presentación de la demanda. Veinte días, clavados.

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  • Imagen de perfilTiempos inseguros

    Calamanda Nevado Cerro 

    Le pido en oración al Arcángel San Gabriel que ella vuelva al bufete sin fecha de caducidad. Todo iba bien cuando rezaba por nosotros: “Eres el mensajero del Altísimo, el Poder de Dios, el que mitiga sufrimientos para que tengamos felicidad, trabajo, y dicha” ¡Puñetas! Según ella puede hacer cualquier cosa porque cuenta con legiones de ángeles.
    ¿Logrará traerla? Lo imploro con devoción. Llevo su tatuaje bajo la toga. La petición no será imposible pero mi latín una decepción para él. Aun así confío. Le he prometido al Serafín, en un tiempo razonable, rezarle de memoria padrenuestros y ave marías en esa lengua como los antiguos romanos. Aquellos primeros cristianos llevaban pan y vino a la liturgia; yo colaboro económicamente con la cesta en el momento del Ofertorio, y canto en gregoriano y visigótico abrazado a sus alas:
    “Sálvanos de esta larga crisis. Hágase tu voluntad, y la mía. Amen“.

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  • Imagen de perfilSucedió en un pueblo de la «costa da morte»

    sebastian barranco ledo 

    Los pescadores faenan mar adentro. Mientras, las mujeres aguardan, confeccionando puñetas de encaje para la magistratura capitalina.

    En la taberna del puerto, un viento racheado abre las puertas de golpe. Aparece un forastero. Con una seña, pide café y aguardiente. Por la manga del chaquetón le asoma un tatuaje, y los parroquianos entienden que es hombre de mar.

    —Este café levantaría un muerto —dice el tabernero—. Eso sí, tiene fecha de caducidad —añade, guiñando un ojo—: si deja que enfríe, va a llevarse una decepción.

    Al fondo, don Leandro, el abogado, relata la efeméride local: el fatal hundimiento de un mercante extranjero tal día como hoy, hace cien años. —Según las leyes del mar, al capitán le habrían caído otros tantos. Quien hace un cesto hace ciento.

    Entonces, un resplandor ilumina la taberna. El forastero se funde con la luz, emprendiendo nuevo rumbo.

    El capitán ha cumplido su condena.

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  • Imagen de perfilMARCA DE LA CASA

    Esperanza Temprano Posada 

    Estaba convencida de que había visto ese tatuaje en alguna parte, no me lo podía quitar de la cabeza y me resultaba imposible concentrarme en los folios del sumario. Parece ser que todas las victimas tenían uno igual en su muñeca. Sin duda estábamos ante un asesino en serie. La incógnita me acompañó todo el día: en el juzgado; en el café de las 11; en la reunión de la tarde; comprobando la caducidad de los yogures en la cesta de la compra... ¿dónde puñetas lo había visto? La decepción empezaba a apoderarse de mí cuando caí en la cuenta ¡Susana! La canguro de mis hijos. Ella también lo llevaba. Corrí a casa para avisarla pero se acababa de marchar. No pude hacer nada, el asesino me había tomado la delantera.

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  • Imagen de perfilEL MILAGRO

    VICTORIANO AYLLON CALIZ 

    A veces la vida te envuelve en un tupido manto de sombras tenebrosas. Todo se oscurece y poco o nada parece importarte ya; piensas que es inútil seguir adelante, que el fatalismo y la decepción te perseguirán eternamente. Entonces vuelve a suceder el milagro. Alguien se acerca y deposita en tu regazo la cesta áurea, la mimbre de las ilusiones doradas, rescatadora de abismos y necedades. Nada bueno presagiaba aquella mañana gris de finales de noviembre de los dos pájaros negros con puñetas en manga que desde el estrado me escrutaban con gélida solemnidad. De esta no te escapas, ha llegado tu hora, pensé cabizbajo y atribulado. Y, de pronto, entre murmullos inextricables una voz dulce enhebró la palabra mágica: caducidad. Al bajar me tendió la mano, fina y alargada como de diosa clásica, y un tatuaje de terciopelo asomó de su muñeca pálida. Gracias, abogada.

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  • Imagen de perfilDOS CAMINOS

    PATRICIA DURÓ ALEU 

    Fui la gran decepción de mi madre cuando me pillaron con esas papelinas. Llevaba tiempo navegando a la deriva en la cesta de un globo que acababa de pinchar, enviándome sin remedio de cabeza a una prisión. No fue fácil, pero el tiempo en una celda da para mucha auto-reflexión, y toda condena tiene fecha de caducidad: tras seis años y un día, salí rehabilitado y licenciado en derecho. Las puñetas de las togas que me juzgaron me mostraron dos caminos convergentes: el que había dejado atrás y el que me animé a seguir, como caras de una única moneda. Limpio de antecedentes, ejerzo hoy de abogado penalista, defendiendo a individuos como yo. No los prejuzgo ni menosprecio; trato de recordar en todo momento de dónde he partido. Y si alguna vez lo olvido, los tatuajes que conservo bajo mi toga me lo recuerdan. Por eso no pienso borrarlos nunca.

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  • Imagen de perfilESE “NO SE QUÉ” QUE MUEVE EL MUNDO

    PATRICIA SABATER MARTÍNEZ 

    ¿Que qué quería ser de mayor? “Jefa” era mi respuesta, pero sin embargo, acabé siendo “Abogada” con toga y sin puñetas.

    A pesar de resistirme a ello, al final caí en la cuenta de que esta profesión me llenaba más de lo que podía imaginar, que dignifica a las personas y a la vez enseña sobre lo que somos: seres humanos complejos con la carga de una cesta pesada.

    El caso es, que aunque reconozco que en ocasiones tengo la tentación de huir, sobre todo cuando llega la decepción, los errores, una caducidad….; también quiero resaltar que hay algo en ella que me atrapa. Quizá sea esa tensión entre el amor y el odio que en toda relación aparece para que no nos confiemos, o ese “no se qué” o tatuaje que llevamos dentro, que nos mueve y que es difícil de describir con palabras.

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  • Imagen de perfilDel suelo al cielo

    Toni Durán 

    Aquel día se levantó temprano. Sabía que el 21 de diciembre de 2016 no iba a ser cualquier día. Se había vacunado contra la decepción; quería creer que su reciente tatuaje, una pequeña balanza, apenas perceptible, en su antebrazo hoy sí se pondría de su lado. Su batalla contra Goliat apenas había comenzado. Se “calzó” sus puñetas y esperó paciente a que la noticia llegara. A eso de las 11, ya todo el mundo sabía que la sentencia del Supremo tenía plazo de caducidad. Justo ese día. Los consumidores (o la justicia) habían ganado el asalto a los bancos. Pasó a saludar al presidente de la Audiencia que como ella esperaba ansioso. Luego se fue a repartir las cestas de Navidad entre sus clientes. Hoy pagaba la banca.

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  • Imagen de perfilApelación desoída

    Daniel García Rodríguez 

    Pronunciada la sentencia, la madre lo miró implorante desde el fondo de la sala, apelando silenciosamente a los recuerdos de una lejana tarde de primavera, cuando a la sombra de una encina y junto a una cesta incompleta concibieron el apresurado final de su amor adolescente.
    Él permaneció impasible y ella bajó la mirada al antebrazo con que había amartillado el destino del hijo bastardo. Buscaba el tatuaje gemelo al que ella conservaba en su piel arrugada y reseca, un vestigio que hubiera sobrevivido a la caducidad de las pasiones incontroladas y a la desunión de las almas. Pero aquella malograda felicidad yacía olvidada, sepultada bajo las puñetas bordadas en la toga, y lo único que podían compartir ya era una mustia y callada decepción.
    Con un movimiento mecánico el juez se estiró las mangas y abandonó rápidamente la sala.

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  • Imagen de perfilLo que las cifras no cuentan

    Natalia Castañeda · Madrid 

    Lucía se quedó pálida. Soltó la cesta y las latas rodaron por el pasillo del supermercado. No podía creer lo que acababa de escuchar al otro lado de la línea cuando apenas había transcurrido una hora desde que se despidieron en la puerta de los juzgados.
    "Las heridas dejan cicatrices, pero el miedo no desaparece, permanece como un tatuaje invisible", le había confesado.
    Aún así, la vio ilusionada. Había recuperado su vida, superado las decepciones que en el pasado le impedían avanzar y aunque se le pasara por la cabeza desaparecer y mandarlo todo a hacer puñetas, Lucía siempre estuvo a su lado. Su amistad incondicional nunca entendió de fechas de caducidad; ella le animó a denunciar, se encargó de su defensa y le ofreció su casa.
    Las lágrimas inundaron su rostro. Su amiga había sido asesinada y para las funestas estadísticas sólo se trataba de una cifra.

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  • Imagen de perfilHECHOS, NO PALABRAS

    Amparo Martínez Alonso 

    Dicen que el dolor, la decepción, el fracaso… te marcan. Pero a mí, lo que realmente me marcó fue tu tatuaje, tu vocación a flor de piel. Nunca imaginé que un joven abogado cobijaría el lema que iba a cambiar mi vida.

    Todo comenzó tras aceptar una apuesta: “A que no te atreves a quitarle la cesta a esa vieja”. No me lo pensé dos veces. Era un reto fácil para un chico de la calle: dar un tirón y echar a correr con el botín. Pero aquella anciana, aferrada a su posesión de mimbre, desparramó por tierra cada uno de mis planes, sentenciando la fecha de caducidad de mis correrías.

    Hoy estreno puñetas sobre mi toga y, como entonces, aquella leyenda de tu muñeca, “Res non verba”, continúa iluminando mi camino. Por eso, en cada juicio trato de volver del revés algún caso perdido, como tú hiciste conmigo.

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  • Imagen de perfilMI PRIMERA VEZ

    Marta Gil Fernández 

    Y allí estaba él, de nuevo, frente a su señoría, esta vez, por haberle robado la cesta de la compra a una señora. Era un tipo musculoso, alto, moreno y con el pelo rapado. Llevaba una camiseta blanca de cuello abierto que dejaba al descubierto su ostentoso tatuaje de la clavícula, el cual, paradójicamente rezaba: “sólo Dios puede juzgarme”.

    La arrogancia con la que se desenvolvía en sala me recordó a mi primer cliente. Por aquel entonces, solo el movimiento de las puñetas del juez hacía que todo mi cuerpo estremeciera y, el día del juicio, los nervios me habían jugado una mala pasada. ¡Me había quedado en blanco! Me llevé una tremenda decepción cuando lo condenaron. Mis días como abogado tenían su fecha de caducidad a la vuelta de la esquina, pensé. Y aquí sigo, veinte años después, defendiendo, negociando, luchando, amando mi profesión.

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  • Imagen de perfilMAMÁ ROCK

    Belén Sáenz Montero 

    Mamá se enterneció al ver el tatuaje, entonces aún enrojecido, que me recorre el brazo. Me entregó una camiseta negra directamente de la cesta, sin planchar, y me lanzó con un guiño cómplice las llaves de su moto. Por fin ha comprendido que lo que hago en esta vida es un homenaje a ella. Y ahora había algo más que nos unía, un eslabón sin caducidad. «Amor de madre» escrito en mi piel, encerrado en un corazón atravesado por la espada de la justicia. No puedo competir con su espalda, decorada con una balanza que sostiene en equilibrio los nombres de los más grandes del rock duro, pero es un comienzo. Atrás quedó la profunda decepción que tuvo cuando me desligué de la tradición familiar y cambié la abogacía por la judicatura, así que puedo contar con que ella será quien teja las puñetas a este recién nombrado magistrado.

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  • Imagen de perfilCAMARADAS

    MARÍA LUISA VENTURA SANCHEZ 

    Esperé varias horas sentado mientras le buscaba con los ojos. ¡Por fin apareció! Iba colocándose las puñetas de su resplandeciente toga. Cuando me vio se paró en seco, pero no dijo nada y otra vez me invadió la decepción. Esperaba que estuviera arrepentido, o que me pidiera perdón…. ¡qué sé yo! Al fin y al cabo fue él quien me condenó a diez años.
    Su mirada altanera se transformó en terror cuando vio la pistola. Apreté el gatillo hasta vaciar el cargador. Las seis balas que había guardado en la cesta de los desengaños sin fecha de caducidad se alojaron en su pecho.
    Sentí la rodilla del policía sobre mi espalda, y mi rostro se estampó contra el suelo junto a su tobillo inerte. El tatuaje aquel que nos hicimos juntos, asomaba pálido. Seguramente estuvo tratando de borrarlo, pero ahora era como un augurio:
    “Hasta que la muerte nos separe”

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  • Imagen de perfilHarry Potter

    Rubén Gozalo Ledesma 

    —Tu suerte tiene fecha de caducidad. ¡Te he puesto tres velas negras! — me dijo con sorna el fiscal en la cafetería de Plaza de Castilla.
    Le mandé a hacer puñetas, cogí un panecillo de la cesta y lo hundí en el café. El anuncio de la agencia había causado furor. Los publicistas me habían convertido en un mago del derecho. Con mis trucos conseguía deslumbrar a los jueces y a los miembros del jurado. Así, en los pleitos, sacaba un conejo de la chistera en forma de prueba cuando todo parecía perdido.
    De pronto, se acercó un chico que tenía una de esas calcomanías que parecía un tatuaje.
    —Tú eres ese abogado de la tele. Ése que hace magia, ¿verdad?
    En su rostro advertí cierta decepción.
    —¿Y para qué me necesitas?
    —Para que papá no vuelva a hacer daño a mamá y desaparezca para siempre de nuestras vidas.

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  • Imagen de perfilVerdad material y navideña

    David Arévalo Vázquez 

    - ¿ Entonces eso de la caducidad es como con la comida ?
    - Más o menos...
    - ¿ Y esto por qué os lo ponéis ? - decía señalando mis puñetas.
    - Es nuestro uniforme, por así decirlo.
    - Oye, ¿ y aquí te dan cesta de Navidad por venir o algo ?
    - Manuel, estamos a punto de entrar a juicio...¿ cómo estás tan tranquilo ? - al levantar la cabeza y mirarle, podía ver como su tatuaje sobresalía del cuello de la camisa.
    - Pues porque yo no hice nada, si no hice nada, no me pueden decir culpable, ¿ no ?

    Notaba un nudo en la garganta al oir aquellas palabras, como quien tiene que revelar a un niño quiénes son los Reyes Magos.
    -Siento que te lleves una decepción Manuel...pero no, no nos dan cesta de Navidad.

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  • Imagen de perfilJusticia equilibrada

    Marta Trutxuelo García 

    Era su último día. El asociado más longevo y ecuánime del bufete se jubilaba. Adalid de la discrección y la moderación, el homenajeado, ataviado con su característica toga, recibió el regalo con el que le obsequió la empresa: una balanza de oro flanqueada por dos grandes cestas repletas de presentes navideños. “¡Qué decepción!”, recriminó el viejo letrado ante el asombro de la audiencia; “los turrones y el cava no perduran en la memoria. Menos mal que algunos compañeros han pensado en algo sin fecha de caducidad”, añadió el magistrado guiñando un ojo al sector más joven del bufete. De una patada mandó a hacer puñetas las cestas y el recién jubilado procedió a abrirse la toga emulando con su gesto a Superman: “Pero gracias por la balanza, así siempre recordaré lo importante que es la justicia”, dijo mostrando el tatuaje de la diosa Temis en su torso.

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  • Imagen de perfilLa tutela jurídica

    Antonio Presencia Crespo 

    El juez me miraba silencioso y pensativo, con la cabeza ladeada, entrelazadas las manos y las puñetas de ambos brazos de la toga.
    De pronto, empezó a explicarme que no tenía derecho a la acción judicial porque no me podía otorgar la tutela que yo solicitaba.
    Grité, con decepción, que sólo pretendía justicia contra aquella bestia, que me sonreía burlescamente desde el otro lado de la sala, mientras se le retorcía el tatuaje de su mandíbula.
    –No hay justicia sin derecho tutelable,… del que usted carece- sentenció el juez.
    Apenada, cogí la cesta de mi difunta abuelita, con la comida que ya mostraba señales de caducidad. Me puse mi capucha roja y comencé a avanzar, perseguida por el lobo tatuado, hacia el libro abierto del que habíamos salido.
    –Ella es un personaje, pero el derecho a la tutela efectiva no es un cuento- oí decir a mi abogado mientras corría.

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  • Imagen de perfilSÍMBOLOS

    Belén Basarán Conde 

    Recuerdo que sus primeros tatuajes fueron unas grecas en las muñecas que semejaban puñetas de toga. Acabábamos de empezar a estudiar Derecho. Creíamos en la Justicia y nada hacía presagiar su futuro infortunio, el presente.

    Hoy acudo a visitarlo con noticias. Vacío mis bolsillos en la cesta, atravieso el arco detector de metales y me dirijo a la sala de entrevistas. Ya me espera con una sonrisa, esperanzado e inmune a otra decepción, preguntándome con la mirada.

    —¡Por fin! Eres inocente. Y libre —le anuncio sacudiendo en el aire la sentencia de casación—. Lo siento por estos meses…

    —Chsss. —Me silencia con un abrazo y me mira a los ojos—: Con un buen abogado la verdad no tiene fecha de caducidad y acaba prevaleciendo, aunque hasta entonces el proceso sea un poco indigesto.

    Al separarnos miro sus brazos y reparo en algo nuevo: una balanza y un búho.

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  • Imagen de perfilDE POETAS Y LETRADOS

    JUAN CARLOS MONTERDE GARCĺA 

    En la vista se apreció entonces la melódica voz del acusado, quien llegado su turno, declaró ante Su Señoría de esta manera:

    '' Su Señoría, por favor no me condene por un tatuaje,
    pues yo no soy ningún personaje.
    Si Vd. lo hace causará una gran decepción
    a quienes casi a diario me ven en la asociación.

    Soy lego en Derecho, y he confundido prescripción con caducidad
    pero le aseguro que yo ya no estoy en edad de pubertad.
    Déjeme al menos llevar a mi Abogado una cesta por Navidad
    pues en estas fechas prima sobe todo la bondad.

    Y perdóneme,pero como sastre de Audiencia envidio sus puñetas,
    aunque un humilde obrero como yo riegue las macetas ''.

    A continuación, resonó bronca en la sala la voz de Su Señoría:

    ''Visto para sentencia''.

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  • Imagen de perfilHomicidio imprudente

    María Sergia Martín González- towanda 

    Todavía recuerdo su mueca de decepción cuando aparecí con aquel tatuaje. Mamá tenía una forma especial de mirar, como si su rostro fuera un oráculo que, precisamente, aquella tarde vaticinaba naufragios. Después, llegó él, severo, intolerante, y todo se precipitó. Un grito, un golpe, ella interponiéndose entre ambos, insultos, y las tijeras de su cesta de costura, donde remataba unas puñetas, en mi mano…

    Yo era un muchacho asustado y solo acerté a llamar al tío Ginés, el abogado familiar. Él sabría qué hacer. Me hizo abandonar la casa, trazó mi coartada, preparó la defensa para uno de mis progenitores y el entierro del otro. Qué cobarde resulta la mentira cuando otros la sufren.

    Pero, en la vida, todo tiene fecha de caducidad: el yogur, las mentiras…, hasta los rencores. Por eso he decidido acompañarle al cementerio para llevar flores a mamá. Estaría orgullosa de vernos, por fin, en paz.

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  • Imagen de perfilArriba y Abajo

    Carmen María Díaz Sánchez · Alicante 

    Entré a visitarle a los calabozos del juzgado. Siempre me causa desazón y cierto escalofrío bajar las escaleras que conducen hasta ellos. Es un tramo en el que comienzan las paredes sucias, frías y un olor a humedad que penetra y se fija en el cerebro. Arriba, el ajetreo de las salas de vistas, la cafetería, propinas que caen en una cesta solitaria de la barra. Sonidos que se mezclan con conversaciones y risas...
    Abajo la privación de libertad y el silencio.
    Entro en la dependencia separada por el cristal de seguridad. Su cara refleja decepción, tristeza y rabia. El tatuaje de su mano está atravesado por unas venas que latían de forma rápida, mostrando intermitentemente la caducidad del mensaje escrito con dolor y sangre. Solo me gritó -!qué puñetas hago aquí una vez más! Me sacarás otra vez, no?.
    Enmudecí... las venas palpitantes tenían la respuesta.

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  • Imagen de perfilEl número del escriba

    José Manuel Pérez Pardo de Vera 

    -- Hubo un tiempo, hijo, en que a los hombres de leyes se les cincelaba con tinta un número en el brazo. Era el número del escriba. Con este reconocimiento, se distinguía a quienes, conocedores de los arcanos de la palabra escrita, tenían el poder de preservar de la caducidad los más altos ideales de la sociedad.

    Estos señores saben que soy abogado y tú sueñas con ser juez; por eso nos han puesto este tatuaje: quieren que juguemos a esa vieja tradición.

    Desgraciadamente, mi padre no vio terminar aquel día. En una purga selectiva de prisioneros, de una cesta extrajeron su nombre y fue fusilado.

    Heredé su toga y a ella añadí, al cabo de los años, las dos puñetas de magistrado. Con ellas tan sólo pretendí, al igual que mi padre con su relato, conjurar lo mejor de nosotros mismos contra la decepción por tanto sufrimiento sin sentido.

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  • Imagen de perfilJusticia, al fín

    David Gómez Ortas 

    Ese día se jubilaba. No esperaba ninguna fiesta en su honor en el despacho. Recogió en una cesta sus objetos personales, y dobló cuidadosamente su toga de puñetas bordadas, tan ostentosas como ahora raídas, reflejo de su época gloriosa como magistrado. Aquel tiempo terminó cuando, persiguiendo su sueño de hacer justicia, llegó a manipular pruebas contra un asesino difícil de atrapar. Tras ser descubierto por un oficial extraordinariamente motivado, el asesino acabó en libertad, y su carrera judicial tuvo, desde ese día, fecha de caducidad. Podría decirse que en ese momento sufrió una inmensa decepción, pero consiguió rearmarse en su condición de abogado gracias a un favor de un amigo que le hizo un hueco en el despacho.
    Ayer fue su último juicio, y se hizo un tatuaje para conmemorarlo. No necesitaba esperar la sentencia, sabía sobradamente que había perdido. Representó a aquel asesino. Leyó el tatuaje con orgullo: Justicia.

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  • Imagen de perfilNunca olvido

    Jesús Urbano Sojo 

    Mi primera decepción como abogado fue defendiendo a un violento atracador, apodado Jack el frutero. Mi falta de experiencia había hecho que no supiera llevar bien el juicio y perdiera.

    Recuerdo su mirada asesina, despidiéndose de mí:
    -Corbatitas- me dijo irónicamente- se ha ido todo a hacer puñetas por tu culpa, pero soy yo quien pasará varios años en prisión. Te daré un consejo sin fecha de caducidad: vigila bien tu espalda. Yo nunca olvido.

    Mientras veía cómo se lo llevaban, me fijé en el tatuaje de su espalda: una manzana con una serpiente.

    Han pasado dieciocho años y ahora me viene a la mente este recuerdo porque, al llegar a casa, he encontrado una cesta de fruta sobre la mesa de la cocina. Mi mujer dice que un amable repartidor la ha dejado para mí, con una nota: "tus últimas piezas de fruta".

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  • Imagen de perfilDESIGUALDAD DE ARMAS

    Juan José Castillo Peñarrocha 

    Sentado en el banquillo, el joven acusado observaba a su alrededor, sin alcanzar a asimilar los básicos pormenores de un proceso del que él parecía ser uno de los protagonistas.
    Lucía, ufano, gorra de skater con la visera sobre la nuca y el mismo atuendo colorista con el que había sido detenido al intentar revender, en el mercadillo de los viernes, una sustraída cesta de conservas de frutas tropicales con una fecha de caducidad sobrepasada. Un tatuaje tribal engalanaba su brazo izquierdo.
    Llamaron poderosamente su atención los vistosos encajes de las puñetas que adornaban las togas de su señoría y del representante del ministerio fiscal. De pronto, con absoluta decepción, se apercibió de que la toga del abogado del turno de oficio no lucía lo que él interpretó como galones.
    Rápido de reflejos, solicitó, a través del intérprete, la inmediata anulación de la vista, ante la clamorosa desigualdad de armas.

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  • Imagen de perfilCON LA MIEL EN LOS LABIOS

    MAYTE CASTRO ALONSO 

    Con motivo de las fiestas navideñas, llegó una cesta al despacho sin indicar si era para mi socio o para mí. Ninguno de los dos quiso ceder ante aquellos delicatessen que asomaban clamando su propiedad, por lo que decidimos dirimir el conflicto judicialmente. Yo sabía que el juez asignado escondía un tatuaje bajo sus puñetas así que el día del juicio me presenté con mis botas Martens recuerdo de mi agotada y rebelde juventud en un intento de crear un vínculo de complicidad. Su Señoría declaró la caducidad del recurso alegando que era Nochebuena y que la cesta debía de haberse repartido con anterioridad a ese día. La cara de decepción que se nos quedó a mi socio y a mí no fue por el fallo, sino porque el juez se llevó la reluciente cesta y nos dijo con sonrisa maliciosa que se la quedaba en depósito como medida cautelar.

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  • Imagen de perfilHasta el más allá

    Carlos Gasent Sanmartin · Valencia 

    Postrado en su cama, la vida del viejo abogado se disipaba. Sus ojos fatigados observaban con resignada decepción una pequeña cesta saturada de medicamentos. Su rostro mortecino era un magnífico prototipo para elaborar un perfecto tatuaje macabro. En todo él se podía adivinar sin lugar a dudas que el inclemente cáncer le había sentenciado a muerte por caducidad. Pero ni siquiera ésta terrible adversidad le impediría ejercer lo que en vida se le había otorgado. Lo seguiría haciendo con férrea voluntad y justicia hasta en el más allá. Ordenó entonces que le vistieran con premura y con su mejor toga. Debía presentarse y se presentaría ante el Mismísimo Todo Poderoso para acusarle y obligarle a terminar con tanta crueldad y tanta injusticia.
    Pero lamentablemente todo hace pensar, puesto que todo sigue igual, que el Misísimo Todo Poderoso lo mandó a hacer puñetas.

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  • Imagen de perfilPUÑETAS

    Borja Medina de la Llave 

    Una decepción hizo que se dedicara a la abogacía. Para él nunca hubo nada por encima del derecho. Siempre consideró la justicia la mejor de las virtudes. Incluso se hizo un tatuaje de una balanza. Lo que no sabía es que hasta las aficiones más arraigadas pueden tener fecha de caducidad. El día que el Supremo dictó que la cesta de Navidad es un derecho adquirido, su carrera se fue a hacer puñetas.

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  • Imagen de perfilEl Abogado, capítulo 4

    Raffaele Basso 

    Cada fracaso ya no se convertía en “decepción”, simplemente depositaba los folios en el cajón de las reclamaciones perdidas esperando la caducidad de la acción. En este interim escuchó alguien, que indudablemente llevaba tacones, acercarse a su despacho. Golpearon la puerta. En otras circunstancias lo hubiese enviado a hacer puñetas. Sin embargo pudo apreciar a través del cristal de la puerta, la sombra de una mujer de pelo largo, motivo por el cual el responder se convertía en obligación. Antes intentó ordenar la mesa, limpiarse la baba, arreglarse el nudo de la corbata y ocultar la cesta de las bebidas, para que el ambiente fuera lo más parecido a un despacho de Abogados. No pudo disimular una sonrisa, la señora que entraba era alta, guapa y con un pequeño tatuaje que se asomaba por el cuello. “Solo Vd. puede ayudarme… ¡soy inocente y quiero ser declarada culpable!” Le espetó.

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  • Imagen de perfilEL VALOR DE LA INSISTENCIA

    Eva María Cardona Guasch 

    Caducidad de la acción, falta de legitimación pasiva, inadecuación de procedimiento, abuso de derecho, inexistencia de pruebas… Ninguna de mis alegaciones funcionó. Lo supe al ver que Su Señoría agitaba las manos bajo las puñetas en señal de impaciencia mientras yo exponía mis conclusiones con vehemencia. Mi primer juicio importante acabó con otra decepción en la cesta de los fracasos. Había trabajado tanto, lo había preparado tan bien… La abogacía no debía de ser lo mío. Hubiera colgado la toga allí mismo y para siempre de no haberse acercado a mí el experto y reputado letrado contrario:

    - Enhorabuena, compañero
    - ¿Perdón?, farfullé
    - Me lo has puesto difícil. Envidio tu entusiasmo, insistencia y determinación. Eres bueno.

    Tiempo después acepté la propuesta de unirme a su prestigioso bufete. Aún sonrío cada vez que me pregunta por el tatuaje que llevo desde el día en que le conocí: “Soporta y persiste”.

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