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Ana Martina Varela Velo · A Coruña 

Escudriñé a la cliente como lo haría un fiscal inquisitorio. Su historia increíble, y a la vez triste, prometía ocupar mi calendario en los próximos días. De origen argelino, vendida por un sirio en Túnez, tras su huida a Marruecos, había llegado a Ceuta en los bajos de un camión. Ahora, sentada en mi despacho, solicitaba mis servicios para la tramitación de una solicitud de asilo. Su breve vida, pues tenía tan sólo 18 años, era la radiografía del fenómeno actual de la inmigración. Su etnia, religión, género, y en resumen, su identidad diferenciada la llevaban a apelar la Convención de Ginebra.
Sonreí con tranquilidad. Tenía ante mí un caso interesante que me motivaba de manera excepcional. Recordé el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC) y la Carta Social Europea, que dicen que una persona debe poder sentirse útil a través del trabajo. Y yo estaba ahí.

 

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