18 mayo 2017

El techo de cristal en la Abogacía (tribuna publicada en El Jurista)

Hoy, con motivo del quinto aniversario de El Jurista, publico una tribuna titulada El techo de cristal en la Abogacía. Aunque la presencia de las mujeres es cada vez mayor, tenemos aún mucho por hacer para conseguir la igualdad. Esta es la tribuna publicada hoy en El Jurista:

EL TECHO DE CRISTAL EN LA ABOGACÍA

Concepción Arenal tuvo que cortarse el pelo y vestir ropas masculinas para poder asistir a clases de Derecho. Cuando se descubrió su treta, se le autorizó a ir al aula como oyente, pero sometida a estrictos controles, como cuenta Amelia Valcárcel en su libro Feminismo en un mundo global: “acompañada por un familiar, doña Concepción se presentaba en la puerta del claustro, donde era recogida por un bedel que la trasladaba a un cuarto en el que se mantenía sola hasta que el profesor de la materia que iba a impartirse la recogía para las clases. Sentada en un lugar diferente del de sus aparentes compañeros, seguía las explicaciones hasta que la clase concluía y de nuevo era recogida por el profesor, que la depositaba en dicho cuarto hasta la clase siguiente”.

Quizá por la experiencia de verse tratada como una “apestada” o un objeto frágil y dependiente, escribió más tarde:

“Es un error grave y de los más perjudiciales, inculcar a la mujer que su misión única es la de esposa y madre (…) Lo primero que necesita la mujer es afirmar su personalidad, independientemente de su estado, y persuadirse de que, soltera, casada o viuda, tiene derechos que cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende de nadie…”

La presencia hoy mayoritaria de las mujeres en las Facultades de Derecho y los avances legislativos en materia de igualdad que se han producido en nuestra sociedad deberían haber convertido las palabras de la ilustre gallega en un anacronismo. Y sin embargo, siguen estando perfectamente vigentes.

Las mujeres son más de la mitad en las últimas promociones de judicatura, fiscalía o de acceso a la abogacía. Sin embargo, el poder judicial sigue vistiendo ropas masculinas.

Han pasado 94 años desde que María Ascensión Chirivella se convirtió en la primera mujer licenciada en Derecho en nuestro país que pudo ejercer como abogada. Desde entonces, la presencia de las mujeres en la Abogacía se ha ido incrementando notablemente. Si en 2001 constituían el 33% de los abogados españoles, esta cifra llegaba al 40% en 2010, y al 44% en 2016.

Entre los letrados ejercientes con menos de cinco años de antigüedad, el número de mujeres abogadas ya es mayoría: el 53% del total.

¿Pero qué pasa en los cargos de representación institucional? En el Consejo General de la Abogacía Española, además de la Presidencia que tengo el honor de ocupar desde enero de 2016, y a la que ha llegado una mujer por primera vez en sus 74 años de vida, el 18% de los consejeros son mujeres. (En 2007 eran el 11%). Y lo mismo pasa en otros ámbitos profesionales: las mujeres son mayoría en la base, pero minoría en la altura.

¿Por qué no alcanzan la misma representación ni promoción profesional que los hombres? ¿Por qué la desigualdad laboral y la precariedad salarial de las mujeres es una realidad que se ha agudizado aún más con la crisis? ¿Por qué las mujeres se concentran en los puestos con menor retribución, prestigio, estabilidad y proyección profesional? ¿Por qué seguimos permitiendo que con todo ello se conforme una sociedad desigual y por lo tanto, injusta?

La igualdad entre mujeres y hombres es un principio jurídico universal. En nuestro país se dio un gran paso con la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, que preveía un marco general para la adopción de las llamadas ‘acciones positivas’ en favor de la paridad de género en las instituciones públicas, la administración y las empresas y que supuso un avance importante, aunque incompleto.

Demasiado a menudo el verbo conciliar, tanto en empresas privadas como en la administración pública, se conjuga en femenino y esto no hace sino cargar a la mujer con la responsabilidad añadida de los cuidados, de hijos o padres, dificultando así su formación y por lo tanto su progresión profesional.

Si aspiramos a una sociedad efectivamente justa y democrática, no debe haber techos que impidan o dificulten el ejercicio de los derechos de las mujeres. Por eso en la abogacía estamos trabajando por la igualdad. Hemos constituido un Grupo de Trabajo- compuesto por hombres y mujeres, naturalmente- para que el enfoque de género se incorpore en la actuación letrada como herramienta de cambio social. Es imprescindible aprender a identificar y eliminar prejuicios y estereotipos que mantienen y reproducen distintos modos de discriminación.

Tenemos mucho trabajo por hacer, pero nuestro compromiso es firme y nuestra determinación grande. Porque, como decía Concepción Arenal, que en el siglo XIX tuvo que vestirse de hombre para asistir a la Facultad de Derecho, las cosas son imposibles mientras lo parecen.

 

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