31 marzo 2017

Menores y violencia de género. No nos podemos ir a dormir

A las insoportables y abominables cifras de la violencia machista, les ha puesto rostro y voz Conchi en una sala de la Audiencia Provincial de Cantabria. Allí se ha juzgado a su pareja por darle una paliza tan brutal que, aterrorizada, saltó por la ventana de su domicilio para huir. Su abogado aseguró que fue “una acción desesperada” ante la “acción salvaje” del marido.

La mujer prestó su estremecedor testimonio en la silla de ruedas en la que está postrada desde aquella paliza del 30 de mayo de 2015 porque, a consecuencia de esa caída, ha quedado parapléjica.

De todos aquellos hechos, y de otras agresiones anteriores, hay un testigo: un niño de tres años, hijo de la pareja, que ya conoció los golpes de su padre cuando estaba en el vientre de su madre.

Ese niño gritó aquella noche para evitar que su madre fuera asesinada. Ese niño se abrazó al cuerpo inmóvil de su madre en el suelo para impedir que su padre le siguiera dando patadas y arrastrándola, a pesar de que ella ya no podía moverse.

Ese niño llamó a sus abuelos y a la Guardia Civil para explicarles lo que había pasado.

Porque su padre, que según la fiscal ya le había hecho a Conchi todo el daño que le podía causar, la dejó tirada en el suelo, herida e inmóvil, y se fue a dormir.

La justicia dictará sentencia y Rosendo, que así se llama el agresor, cumplirá su condena y podrá seguir, si tiene voluntad de hacerlo, un programa de reeducación dentro de la cárcel.

Conchi sufrirá toda la vida las consecuencias de la violencia machista. Su hijo, quizá también. ¿Puede recuperarse un niño de algo tan terrible? ¿Le facilita el Estado medios para hacerlo?

Una sociedad decente no puede ignorar la situación de los menores víctimas de violencia de género. No puede dejarlos tirados, darse la vuelta e irse a dormir.

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