10 marzo 2017

Un juez de Marsella

Conexión en MarsellaLA FRENCH (Conexión en Marsella, 2014) ofrece una vívida crónica de la lucha que la ley ha emprendido desde hace años con las organizaciones criminales que dominan el mercado mundial  de la droga. Estamos en 1975, cuando la heroína inunda masivamente, creando nuevos y desguarnecidos consumidores en todo el mundo y muy especialmente en los grandes centros urbanos. Nixon la  declara, ante el panorama desolador de pobreza, racismo y marginación que rodea el lumpen de ese negocio mafioso, como un enemigo mortal de América. A Estados Unidos la droga llega por muchos itinerarios, desde Colombia, desde Asia… pero hay una ruta muy especial, la que desde Turquía, exportando el producto bruto, llega a Marsella, la french connection   que, reciclando el producto en laboratorios clandestinos, lo exporta a los mafiosos neoyorquinos. Marsella es una ciudad conflictiva y multicultural con un milieu delictivo de siempre, en el que se mezclan mafiosos italianos, delincuentes y policías corsos y toda una red de laboratorios clandestinos, exportación disimulada de la droga, clubs de alterne, discotecas y ciertas tenues relaciones con el poderoso alcalde de Marsella, el socialista Gaston Deferre. La situación llega a tal extremo de impudicia que la Justicia reacciona y la Fiscalía conecta con un activo e inteligente juez de menores, Pierre Michel, al que le nombra juez para la persecución del crimen organizado.

Conexión en Marsella se construye sobre un referente real, el que acabo de relatar, y otro cinematográfico, el que ofreció  William Friedkin en French  Connection (1971), una oscarizada y espléndida película, que tuvo una secuela, French Connection II (1975), que trataba precisamente el mismo episodio real sobre el que se construye esta película francesa. En las manos de un joven cineasta, Cédric Jimenez, todo gira en torno a un personaje apasionado y justiciero, el juez Pierre Michel, al que el guión enfrenta, cual un alter ego, a Gaetan “Tany” Zampa (Gilles Lellouche), el capo mafioso napolitano  de Marsella. Los dos poseen carisma, los dos tiene una vida familiar muy dependiente. La película, que fluye torrencial, vertiginosamente,   la acción retratada como al minuto cámara en mano golpea al espectador a menudo, ofrece un juego de ajedrez. Michel, encarnado con justeza por Jean Dujardin –posteriormente famoso por The Artist-,  se  mueve por la pasión de hacer justicia y bordea para obtener rendimientos en un terreno lleno de trampas, amenazas, traiciones internas, la legalidad más garantista. Ése es uno de los interrogantes de la película: ¿puede la ley sin más enfrentarse a crueles y bien estructuradas organizaciones criminales con apoyos en todos los ámbitos regados por la corrupción? Gaetan es cruel, padrino mafioso con amigos y enemigos, y poco a poco encara la partida con Michel como algo personal, un extremo que Jiménez nos ofrece en una dramática y bien filmada secuencia. La película fluye físicamente con Marsella como un decorado no  menos dramático. La vida  familiar de Michel se desmorona, los negocios de Gaetan se complican sangrienta y económicamente y la película entra shakespearianamente en un tercio final lleno de aristas peligrosas que confronta al espectador con el drama en estado puro.

Pasión por la justicia, vocación de servicio al interés general, coraje moral para enfrentarse a las dificultades, el ejemplo del juez Pierre Michel, su recuerdo ilumina las sombras que a veces se apoderan de quienes ejercen diariamente  la frágil y delicada tarea de hacer cumplir la ley respetando los derechos fundamentales. El precio a pagar suele ser muy alto.

Comparte: