03 mayo 2016

La UE en su peor momento: la última oportunidad de los pequeños pasos

recorte portadaJuan Fernando López Aguilar. Catedrático de Derecho Constitucional y Eurodiputado. Exministro de Justicia. Expresidente de la Comisión de Libertades, Justicia y Asuntos de Interior en el Parlamento Europeo

“Europa no se hará de una sola vez (…) sino con pequeños pasos hacia una solidaridad de hecho”. La cita de los padres fundadores de la UE ha devenido ahora en sarcasmo: “Europa no se deshará de una sola vez (…) sino con pequeños pasos hacia su descomposición e insolidaridad de hecho”.

Bordeando la cronificacion de la gran recesión que ha devenido en una auténtica glaciación europea estas alturas, la UE debe aún emerger de la peor crisis de su historia. Su origen fue financiero: la desregulación, la especulación y esas ventajas a los ricos para eludir sus impuestos. Pero su causa eficiente fue su pésimo manejo. Y esa decisión fue política, por su determinación -la hegemonía conservadora- y por su orientación -la austeridad recesiva. Y por sus consecuencias: la pérdida del método europeo (su regubernamentalización), la desafección ciudadana (alta abstención, indignación), y el auge de la eurofobia (la explotación del cabreo contra la UE, sin más).

Salir de una vez del túnel ha de ser -tristemente, sigue siendo- la tarea de este mandato del Parlamento Europeo (PE) y de la Comisión (2014-2019): última oportunidad de reflotarla UE. Perdida esa cuenta atrás, sería demasiado tarde. No hay un segundo que perder: la política europea debe cambiar de rumbo. Más difícil todavía, ha de hacerlo en un contexto en que las formaciones europeístas han decrecido todas, aumentando las eurófobas. Urge mudar de política, por más que resulte arduo sin una mayoría distinta a la de la pasada legislatura y sin asumir el fracaso y sesgo contraproducente de los recortes y plazos de reducción del déficit. Por no hablar de sus brutales impactos antisociales y de la exasperación de las desigualdades.

¿Qué hacer?

a) En lo inmediato, lo contrario a lo ordenado en estos últimos años. Estímulos a la inversión, al crecimiento productivo y a la creación de empleo (especialmente el juvenil): esos 300.000 millones apalabrados por Juncker, cuya consignación aún no está ni se la espera, deberían financiarse con recursos frescos, presupuestos anticíclicos y suficiencia fiscal de los EE.MM y la UE. Relanzar la progresividad y una lucha coordinada contra el fraude, la elusión, el dumping fiscal y la competición a la baja en inequidad tributaria. Completar la Unión bancaria imponiendo transparencia: ¡no a los paraísos, ni fuera ni dentro de la UE! E introducir -¡que ya es hora!- la armonización laboral y la protección social: un pacto europeo de rentas y un estatuto europeo de los trabajadores. Y cambiar urgentemente de enfoque sobre inmigración regular, que no es una amenaza en un continente envejecido, combatiendo conjuntamente tanto los tráficos ilícitos como la explotación y los delitos de odio.

b) A medio plazo, será imperioso cambiar el papel del BCE, comprometerlo con el empleo y devaluar el euro. Y acometer reformas institucionales que desbloqueen el marasmo de una UE que chapotea (muddling through) en su impotencia e irrelevancia ante enormidades que escapan a su voluntad de respuesta. Empezando por el PE, para ajustar de una vez su iniciativa legislativa y su expresión del pluralismo político de la ciudadanía europea mediante opciones diferenciadas en las urnas. Sincronizando asimismo el mandato del PE con el “ciclo presupuestario” del Marco Financiero Plurianual, de modo que los ciudadanos puedan determinar con su voto la correlación de fuerzas que decidirá sobre la cuantía y suficiencia, o no, del gasto, y sobre la equidad o no del reparto de las cargas tributarias para financiar objetivos sometidos a debate sobre sus alternativas y su escrutinio y control. Pero también en el Consejo (para hacer frente al calvario de cumbres inconclusivas y de vetos y bloqueos que impiden la legislación y por tanto los avances). Y en la Comisión (para reducir el absurdo número y engranaje de sus 28 miembros).

¿Cómo remontar, cuanto antes, la incomparecencia de Europa en la arena de conflictos en los que se desangra la globalización? Ucrania, el Mediterráneo, las guerras en Oriente Medio, evidencian penosamente el desafío existencial del Tratado de Lisboa en política exterior. El muy mejorable Servicio Europeo debería dar lugar a una diplomacia común frente a la fragmentación ineficiente de soberanías residuales ante desafíos compartidos como la lucha contra el Daesh y la yihadización del malestar en la UE, determinante en la amenaza terrorista por nos acucia desde dentro.  La Política europea de Seguridad y Defensa debería desplegar unidades comunes de intervención, prevención, misiones de paz y promoción de intereses europeos en un mundo interpolar.

Emergencia humanitaria y “crisis de los refugiados”

Con estas coordenadas dramáticas, la UE se abisma de nuevo ante un entristecedor capítulo de la mal llamada “Crisis de los Refugiados”. Nos pone, una vez más, en evidencia, una Europa malherida por la indiferencia ante la multiplicación de niños que, como Aylan, no son meras imágenes en los informativos, sino miles de seres humanos ahogados en las playas ante la inoperancia de la UE.

Su patético correlato es el desmoronamiento de Schengen, desaparecido en combate. Los ministros de interior, cabalgando a lomos del miedo, pergeñan decisiones que marcan una hora de infamia en el reloj del Consejo. Su retroceso implica la prolongación de la suspensión de la libre circulación de personas por dos años, lo que en la práctica supone el “principio del fin de Schengen”.

Mención distinguida suponen algunas derivas legislativas innobles que, so pretexto de esta crisis, continúan adoptando varios Estados miembros.

Estremece la revelación procedente de Europol, hace escasas semanas, por la que diez mil niños, nada menos que diez mil niños refugiados, habrían desaparecido en manos de sofisticadas redes paneuropeas de tráficos ilícitos de seres humanos, abandonados en manos de alimañas que los prostituyen o los usan para traficar con droga, en lo que supone un caso de aterradora abyección.

Tan oscuros episodios ponen de manifiesto hasta qué punto ésta interminable crisis de mil caras, que empezó diciéndose una crisis financiero, ha ido socavando sucesivamente las dimensiones económicas, sociales y  político-institucionales hasta haberse convertido en una verdadera crisis existencial para la UE.

Es imprescindible tomar decisiones para que lo que Jacques Delors definió una vez como una “bicicleta que, si no se pedalea, se cae”, no derive por más tiempo en esta UE, que vive su hora más negra desde su fundación. En la que se retrocede, en la desunión y en la insolidaridad, en un estado de alarma permanente, y en la que se abandona a su suerte no solamente a su frontera más vulnerable, que es Grecia, sino a millones de seres humanos desesperados.

La amenaza terrorista y la crisis seguritaria

A lo largo del doloroso duelo que siguió a la masacre de París, escuchamos a los responsables de las instituciones europeas asegurarnos una y otra vez que los terroristas no se saldrían con la suya, haciéndonos retroceder en las libertades trabajosamente conquistadas en Europa. Singular preocupación suscita el acervo Schengen, metáfora de la apuesta europea por la gestión integrada de las fronteras exteriores y la garantía del disfrute de la libre circulación de personas.

Tan solo semanas después de la conmoción de los atentados en Bruselas que han sacudido a la UE entera, los ciudadanos europeos asistimos a un despliegue sin precedentes de discursos que abrazan explícitamente la retórica de “la guerra” -sin concreción de objetivos militares y estratégicos, empezando por qué hacer con el territorio y la población actualmente sometidos al control del Daesh-, y a medidas que -bajo la cobertura de “emergencia” y/o “excepción”-, postulan sin ambages la suspensión o el retroceso de sus libertades arduamente conseguidas. Empezando -cómo no haberlo sospechado, si era lo que más temíamos- por la libre circulación de personas sin fronteras interiores en el espacio Schengen. En efecto, mal que nos duela, la libre circulación parece la primera pieza damnificada en el estado de emergencia que recorre Europa, bajo sus diversas acepciones jurídicas en cada ordenamiento nacional.

La primera reflexión es que el acquis más apreciado por la ciudadanía ha sido sometido abruptamente a la interposición de barreras y controles extraordinarios, contrarios a la libre circulación de personas, como no habíamos conocido en los últimos 25 años.

La segunda reflexión es que, una vez más, los Gobiernos nacionales de los EE.MM se han aprestado a orquestar medidas aparentemente efectistas a la vista de su impacto sobre los hábitos consolidados de los transeúntes europeos, y consiguientemente sobre nuestras vidas cotidianas. Podemos comprender la necesidad de enlazar con la percepción social de la situación de “emergencia”. Pero tan espectaculares medidas de poco ayudarían, vistas sus limitaciones, si no las acompañamos de las más estructuradas que exige la seguridad a la que los europeos tienen derecho fundamental (art. 6 CDFUE).

La democracia, en retroceso

Finalmente, el debate sobre los retrocesos de la democracia y la separación de poderes, el respeto al pluralismo y a los derechos fundamentales afecta no solo a Hungría y sus países vecinos. Alcanza a toda Europa y la afecta por entero, en la peor crisis de su historia. Desafía los llamados “criterios de Copenhague” (Estado de Derecho, democracia representativa, derechos fundamentales, separación de poderes, tutela judicial y protección de minorías, además de acreditar capacidad para asumir las reglas del mercado interior). Criterios que, recuérdese, no solamente han de exigirse cuando se ingresa en el club, sino a todo lo largo de la permanencia en el club.

Conclusión

Una crisis tan política demanda de pasos políticos ciertamente no pequeños: politizar la UE, sus elecciones y partidos. Llenarla de contenidos políticos reconocibles y movilizadores para 500 millones, de los que un 60% ha optado por desentenderse de su cita con el PE, única institución legitimada en el sufragio universal y directo. Y hacer significativo el vínculo entre ciudadanos y espacio público europeo, y de la democracia la única legitimación de la política europea. Lo que exige derrotar, no solamente “superar”, la ideología tecnocrática (“there is no alternative“), descartando decisiones que no puedan ser respaldadas por la ciudadanía.

Si no lo hacemos esta vez, y lo hacemos de una vez, avanzando a grandes pasos, los próximos años habrán consumido en vano el último cartucho europeo de aquellos “pequeños pasos”. Ese reloj de arena marca un compás de descuento contra la razón de ser de su modelo social y la resignación ante su decadencia. Suicida… pero, ¿inverosímil? Estamos todavía a tiempo.

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