17 octubre 2014

Un gobierno global para acabar con la pobreza

(Artículo publicado con motivo del Día Mundial por la Erradicación de la Pobreza)

En mi país no hay democracia ¿Qué digo? En mi país no hay ni gobierno. Mi país es La Tierra, cuestión de enfoque.

En mi país, aproximadamente 1 de cada 7 habitantes viven en una situación de pobreza extrema, la mayoría de ellos sin acceso a agua potable, y hay unos 50 conflictos armados vivos que han generado casi 60 millones de desplazados y refugiados en los últimos 30 años, según una agencia que en mi país se dedica a apoyar a estas personas.

En la India, una región 7.500 kilómetros hacia el este de donde yo vivo, el gobernante, Narendra Modi, prometió en agosto de 2014 que promovería el acceso a retretes a 600 millones de personas que, obviamente, en este momento no lo tienen. Compartir país con (seguramente) más de mil millones de personas que no tienen cloacas 2.500 años después de que éstas fueran inventadas y desarrolladas exitosamente en ciudades produce una sensación de indescriptible desazón.

En otra región llamada Sierra Leona la esperanza de vida al nacer es de 47 años. Y es la cota máxima histórica alcanzada por los pobladores de esta zona. Han mejorado un poco, no mucho, las prácticas higiénicas, médicas y alimentarias. Sin embargo, si eres de una isla que se llama Japón, bastante lejos de Sierra Leona, a los 47 años aún te quedan otros 20 como lozano trabajador en activo y después otros 20 más recibiendo una pensión del Estado antes de que fallezcas (y quizás alguno más todavía para que termines de pagar la hipoteca de tu casa). Los japoneses mejoraron radicalmente sus hábitos higiénicos, médicos y alimentarios en el último siglo, porque además dispusieron de educación y medios para ello.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Israel y Palestina, dos territorios situados en la región árabe de mi país, han vivido en un conflicto permanente que avergüenza a todos y que está protagonizado por dos sordos que se agreden (cada uno con sus muy desiguales capacidades de dañar), ni siquiera recuerdan por qué. Van 70 años de guerra. Europa, un continente salvajemente destruido por sus propios ejércitos nacionales enfrentados, quedó plagada de enemistades internas por lo ocurrido durante la guerra, pero decidió basar sus relaciones en el nuevo período en la superación del odio, el entendimiento, la cooperación económica y finalmente en la integración política. Hasta el momento 70 años de paz completa.

Es extraña la sensación de conocer las causas que provocan la miseria, el hambre y la guerra y constatar nuestra incapacidad para aliviarlas. Toda generación de hombres y mujeres tenemos la responsabilidad de crear las condiciones necesarias para que nuestros hijos no vivan peor que nosotros. Pero dentro de esa responsabilidad hay un elemento primordial: que nuestros hijos no tengan que enfrentarse a sufrimientos que nosotros sabíamos cómo evitar.

El deshielo de los polos, causado en gran medida por la emisión masiva de gases que calientan la atmósfera, puede modificar a su vez las temperaturas y el nivel de las aguas en cualquier otro lugar del planeta, alterando potencialmente su ecosistema. Con la pobreza, por poner un ejemplo, como con las demás catástrofes humanas, pasa algo muy parecido aunque nos cueste más verlo. La pobreza en aumento también es un polo que se deshiela y es capaz de desencadenar enfermedades, conflictos y movimientos migratorios forzados y voluntarios que afectan a cualquier rincón de La Tierra.

Los problemas globales, los retos globales, como lo es la pobreza, solo pueden ser realmente comprendidos utilizando un enfoque global, como si miráramos el planeta desde la Luna. Sin embargo, la cultura política predominante en el mundo, basada en nuestra posición de ciudadanos súbditos de Estados, nos impide adoptar ese enfoque transgresor, de amplitud mundial, al pensar en política. Necesitamos un importante esfuerzo de abstracción. Pero si lo logramos, veremos el enorme vacío de un gobierno común, efectivo, que priorice y gestione las políticas generales que prevengan o impidan el incumplimiento de leyes que por cierto ya existen para proteger los bienes, los derechos y los recursos más importantes para la humanidad como conjunto. Necesitamos algo así como una Secretaría General de la ONU mejorada, reforzada, democrática, por supuesto, y al mismo tiempo investida de la legitimidad y capacidad suficientes para imponer a todos (“a todos” es a todos) sus miembros el acatamiento sin matices, en primer lugar, de las normas internacionales de derechos humanos.

Hoy, Día Mundial por la Erradicación de la Pobreza, reivindicamos poder exigir a alguien (con más o menos éxito, pero a alguien) que proteja nuestros derechos comprometidos por fenómenos o causas que rebasan las competencias de los Estados, o cuya complejidad supera a las autoridades nacionales. Ese alguien debería existir, debería ser el responsable de la aplicación por todos de las normas vigentes a nivel internacional y deberíamos elegirlo lo más directamente posible. Los conflictos armados, las hambrunas, las pandemias y otras catástrofes que son a la vez causa y consecuencia de la pobreza, deberían ser prevenidos, o, en su caso, supervisados y gestionados (o sea, lo que viene a hacer un gobierno) por un órgano político internacional responsable y con mandato representativo, no por algunas personas de buena voluntad, si tienen fondos disponibles y si creen que no molestan a otros.

 Francisco Segovia, coordinador de proyectos de la Fundación Abogacía Española 

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