06 octubre 2014

Antonio Garrigues Walker

Esta tarde tendré el placer de asistir a la presentación de la biografía de Antonio Garrigues Walker que han escrito los periodistas Borja Martínez Echevarría –Premio Abogados de Novela 2013- y Carlos García-León, que desde hace años se ocupa de la información jurídica en Expansión. Felicidades a los dos por el buen trabajo que han hecho, aunque el gran protagonista va a ser ese humanista que quiso ser jugador de fútbol, del Atlético de Madrid, pero al que su padre –otro grandísimo abogado- le paró los pies y le obligó a que cambiara la camiseta de rayas por la toga. Eso ganamos todos, especialmente España y la Abogacía, porque sus servicios a ambas han sido muchos y muy importantes. Sus escarceos en la política –ya olvidados- o en el teatro –una obra cada año, más de 50 ya, que estrena con sus amigos- no le han apartado de su principal tarea: llevar el despacho que heredó de su padre al primer lugar de la Europa continental. Hoy, unos días después de que Antonio Garrigues dejara la presidencia de Garrigues, el despacho cuenta con casi 2.000 abogados y es una referencia internacional en el sector.

Así que el cambio obligado de vocación, impuesto por su padre, fue un acierto para todos, aunque él siga diciendo que lo único que sabía hacer bien en la vida era jugar al fútbol. Para la política le sobraba voluntad de acuerdo, de pacto y, como decía su hermano Joaquín, la faltaba “instinto criminal”.

De Antonio se pueden destacar muchas cosas, pero yo me quedo con tres: su infinita curiosidad por todo, su gran visión de lo que pasa y de lo que va a venir y su capacidad de armonizar, de acordar, de dirigir equipos haciéndose él casi invisible, aunque no lo sea nunca. Antonio va a seguir prestando servicios importantes al país y a la Abogacía y, además, estoy seguro, desde tribunas como Transparencia Internacional España y otras más, va a seguir luchando para que la ética y la transparencia se impongan por fin entre nosotros y sean la norma y no la excepción.

Antonio Garrigues ha estado siempre cerca de donde se toman las decisiones más importantes, pero no ha perdido nunca ni la humildad ni la cercanía. Es una cuestión de inteligencia. Tampoco ha dicho nunca que no a las peticiones de la Abogacía institucional. A sus 80 años recién cumplidos, todavía tiene mucho que aportar profesional y humanamente. Y lo hará, sin duda.

 

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