30 octubre 2013

Jóvenes y sobradamente preparados

Regina Márquez Gutiérrez, tesorera de la Confederación Española de Abogados Jóvenes

Siempre ha existido esa maligna creencia de que el abogado del Turno de Oficio es de una especie de segunda categoría, y que el abogado particular defiende un millón de veces mejor a su cliente solo porque éste le ha elegido entre muchos y porque le paga por sus servicios.

Cuando el abogado de oficio es además joven, el cliente se encomienda a los Dioses para que intercedan por él, rogándoles que iluminen al inexperto abogado para que le defienda medianamente bien.

Me tomo la libertad de incluirme en este grupo de abogados jóvenes porque así me considero, y porque diez años de ejercicio no han podido todavía romper con esa marca que llevo escrita en la cara (lo que a mi edad ya empieza a resultar más halagador que molesto, dicho sea de paso). Y es que tras más de diez años de ejercicio, y siete como abogada adscrita al Turno de Oficio, no puedo sino reírme, por resignación, claro está, de este estigma con el que cargamos los abogados jóvenes. Porque ser joven y abogado (y en mi caso además con el añadido de que soy mujer), significa tener que demostrar continuamente que estamos preparados, que sabemos de lo que hablamos y que hacemos nuestro trabajo de forma diligente. Porque en contra de lo que se cree, los abogados no nacemos con un bigote y pelo canosos, y la falta de experiencia que podamos tener al inicio de nuestra carrera profesional, sin duda se suple con la enorme dedicación que tenemos incluso para la más simple de las actuaciones.

Nadie puede negar que cuando comenzamos a trabajar como abogados, hasta el más simple juicio de faltas significa para nosotros el juicio del siglo, dedicándole horas y horas a preparar interrogatorios, testificales, informes finales, haciendo de las bases de datos de jurisprudencia nuestros libros de cabecera. Nos convertimos en auténticos expertos con cada asunto nuevo que nos surge, y al contrario de lo que se piensa, aquí la experiencia suele jugar malas pasadas, porque en no pocas ocasiones esos abogados canosos nos subestiman, y el exceso de confianza inclina la balanza precisamente hacia el lado de los abogados más jóvenes e inexpertos, que quizás por inseguridad, se preparan concienzudamente como si les fuera la vida en ello para cada nuevo caso.

No obstante he de decir que a lo largo de mi carrera este tipo de abogados que yo identifico como abogados canosos (y que por descontado, no tiene nada que ver con el color de su pelo) no han sido la norma general, y afortunadamente casi desde el  inicio de mi andanza profesional me he encontrado con abogados que a pesar de haber dejado de ser jóvenes años atrás, jamás han mostrado este tufillo a menosprecio hacia los jóvenes, y que tienen mi más absoluto respeto y cariño, porque de ellos he aprendido mucho, y porque fundamentalmente gracias a ellos he desarrollado más si cabe mi vocación y mi enorme aprecio por una profesión que no siempre está bien valorada, con independencia de la edad o la experiencia.

No podemos olvidar además que en lo que al servicio de Turno de Oficio se refiere, el acceso al mismo está regulado y controlado por los Colegios de Abogados, que exigen una serie de requisitos mínimos, no solo de experiencia previa, sino de formación específica, cuestión importantísima para que el servicio que se ofrece sea de calidad. Una media de tres años mínimos de colegiación se viene exigiendo en los distintos Colegios de Abogados, cuando no sean más, y la formación obligatoria y continua de los letrados adscritos al Turno de Oficio garantiza que ese servicio sea prestado de forma diligente y profesional. De manera que los abogados jóvenes que acceden al turno de oficio tienen un mínimo de experiencia de tres años, con lo que debe desecharse ya esa vieja idea de que se trata de recién licenciados universitarios que utilizan el turno para curtirse en la profesión.

Evidentemente, no puede generalizarse, y sin duda existen personas que con independencia de su edad o experiencia, no obran con diligencia y responsabilidad, pero no porque sean abogados jóvenes e inexpertos, sino porque son características de su personalidad, pero ese es otro tema, cuyo desarrollo llevaría páginas y páginas, al menos en la opinión humilde de esta abogada, porque se trata de conductas absolutamente reprochables que deberían ser sancionadas mucho más duramente de lo que lo son en la actualidad.

TURNO DE OFICIO: AUTÉNTICO FIN SOCIAL DE LA ABOGACÍA

Por lo que he podido comprobar, no solo con abogados jóvenes de mi ciudad, sino con cualquier abogado joven de toda la geografía española, para nosotros el turno de oficio es algo mucho más trascendente que un mero servicio de asistencia jurídica, sea gratuita o no. ETurno de Oficio refleja el auténtico fisociade la abogacía, porque en la mayoría de supuestos, el abogado trata con personas que se  encuentran en situaciones de total desamparo y desesperación, situaciones límite en la que ninguno de nosotros querría estar, que no hacen sino plantearnos lo afortunados que somos por el simple hecho de poder trabajar y vivir más o menos cómodamente gracias a ese trabajo que desarrollamos.

Siempre he pensado que los clientes del Turno de Oficio tienen un trato especial, quizás porque empatizamos mucho más con ellos que con el resto de clientes, puede que un poco por la pena que nos inspiran y otro poco por gratitud, porque egoístamente nos alegramos de que no seamos nosotros los que estamos en su situación. Estoy convencida de que son muchos más los casos en los que vamos más allá de nuestras meras obligaciones contractuales cuando el cliente es del Turno de Oficio que cuando nos pagan lo convenido por nuestros servicios.

Y si digo que con el Turno de Oficio los abogados llevamos a cabo una labor que constituye la auténtica función social de la abogacía, lo digo con conocimiento de causa: lo que se nos retribuye por los servicios prestados por el Turno de Oficio a las personas que tienen reconocido el beneficio de Justicia Gratuita no es ni el 10% de lo que cobraríamos si se tratase de un cliente particular. En no pocas ocasiones, el tiempo e incluso el dinero invertido por el abogado que actúa de oficio no se cubren con lo que se abona como retribución por el servicio prestado.

Puede que tras varios años de ejercicio y ciertos clientes consolidados no nos suponga una gran pérdida tener que llevar y traer a un cliente del turno hasta el Juzgado, siendo su taxi particular porque carece de medios económicos incluso para poder acudir a juicio, o tampoco lo sea invitarle a comer un bocadillo, o responder a esas llamadas perdidas que traducidas significan “llámame que no tengo saldo”, pero estoy segura de que al comienzo de nuestra carrera profesional sí que suponía un auténtico esfuerzo, al menos económico, que en modo alguno se veía compensado luego con el cobro de los honorarios por ese servicio del turno de oficio. Yo soy de este tipo de abogados, y lo digo con la cabeza bien alta y bien orgullosa del trabajo que desempeño, porque creo que nuestra labor como abogados no puede quedarse en un simple desempeño diligente del trabajo, sino que hay que ir mas allá y conocer todas las circunstancias del cliente, implicarse con éste y lo más importante: hacer nuestro de alguna manera el problema que le ha llevado ante los tribunales, porque para mí esa es la forma más idónea de defender auténticamente bien sus intereses.

Sé que esta es una visión quizás poco realista del sentir de la mayor parte de la abogacía, y que la misma es fruto de mi visión aún joven e inexperta del sistema (y he de añadir que también es fruto de una gran vocación por la profesión que la experiencia no ha podido mermar aún), pero precisamente por eso creo que el ser abogado joven posee grandes ventajas, porque los abogados jóvenes aún no estamos viciados con ese aire de resignación que da la experiencia, y lamentablemente, también de injusticia, que sigue siendo el pan de cada día en nuestra profesión. Soy muy consciente de que esta visión idealista de nuestra profesión está abocada casi con total seguridad  a  desaparecer  con  los  años  de  experiencia,  y  por  eso  creo firmemente que debemos potenciarla y recordarla todos los días: que el resto de abogados se paren a observar en los ojos de los jóvenes las ganas de cambiar las cosas y de luchar para acabar con las situaciones injustas. Así, puede que en nuestro propio colectivo desaparezca totalmente el estigma de ser abogado joven, y quizás así consigamos también trasladar el resto de ciudadanos que ser joven no implica ser peor ni menos profesional, porque somos jóvenes, si, jóvenes pero sobradamente preparados.

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