18 diciembre 2009

Haidar

El caso Haidar tuvo sin duda una vertiente externa, que concierne a las relaciones internacionales, con especial incidencia sobre las bilaterales entre España y Marruecos, que a juicio de un especialista como Juan Goytisolo son dos Estados que parecen condenados a no entenderse, y otra que afectó directamente a España, atrapada por ingenuidad por una tela de araña en la cual fue enredándose más día a día. Es verosímil que, ante la negativa de las autoridades marroquíes a permitir la entrada de la patriota saharaui -lo de activista suena mal-, Moratinos quiso ejecutar una jugada de billar, haciendo, de un lado, el favor a Rabat con la admisión en Lanzarote y, de otro, proporcionando asilo a Haidar. No contó con la tenacidad de una mujer dispuesta a sostener sus derechos y tampoco con la rigidez de un monarca decidido por su parte a no “ennegrecer” (perder) la cara -en el sentido del término wajh- por mucha justicia que esté en juego, aprovechando de paso la ocasión para poner en un brete a España y para reafirmar urbi et orbi su soberanía irreversible sobre el Sáhara.

No es que Marruecos y España dejen de entenderse por incomprensión de ambos, o por el contencioso saharaui; de faltar éste, pasarían a primer plano Ceuta y Melilla. Así sucedió con la visita del rey Juan Carlos. Mohamed VI heredó de su padre la propensión a utilizar las reivindicaciones ante España como medio para apuntalar el consenso de sus súbditos. Por eso, desde el principio era casi impensable que cediera. La mediación privada de Juan Carlos hubiese podido tener efectos positivos, pero al salir a la luz pública esa salida de emergencia, con el cruce de cartas Rey-Llamazares y la posterior declaración de Zapatero, quedó cerrada, salvo que llevara aparejada una humillación. Tal como se pusieron las cosas, todo intento de alzar la voz desde España en términos oficiales, y más aún si de un modo u otro era mencionada la autodeterminación saharaui, reforzaba la condena a muerte de Aminetu. Al optar por dicha opción Moratinos, luego de reconvenir a Haidar por su actitud, achicaba el espacio para que el emir cediese. Así que, al lado de Estados Unidos, restaba sólo la acción europea, y en su centro, Sarkozy, gran protector de Rabat, y siempre que Mohamed VI pudiera salir victorioso. De ahí la necesidad de conjugar una presión firme con la discreción en las gestiones y en las palabras. No hay duda de que ése fue el camino de la solución con un importante triunfo legal para el Rey.

Sobraron aquí tantos esfuerzos por mostrar cada político que había intervenido para evitar la muerte de Haidar. No debía morir, pero al tiempo se había obligado ella misma a mantener en pie su causa, que es la de todo un pueblo sometido por la fuerza y contra las normas internacionales a un Estado cuya forma de gobierno conserva buenas dosis de despotismo. Sólo así dejó la huelga de hambre. Resulta secundario que nuestros gobernantes salgan mejor o peor parados, aun cuando, paradójicamente, su suerte estuvo unida a la de Haidar. Ante todo, por humanidad y democracia, importaba Haidar, importaba una población que por muy mísera, instrumentalizada por Argelia y anegada por la inmigración marroquí que se encuentre, conserva íntegros sus derechos, como Tíbet ante China. Su miseria, además, no es endógena, sino fruto de una opresión política.

Lamento discrepar de Goytisolo: ¿qué sentido tiene propugnar un “amplio margen” de autonomía de Sáhara dentro del reino de Marruecos? Si Marruecos no es democrático, si se dan persecuciones reiteradas de periodistas, de homosexuales y del proselitismo de cristianos, bajo el dominio ilimitado de un monarca que resulta ser además el Gran Propietario del reino, ¿qué cabe esperar de un autogobierno sobre el papel? De existir algo positivo en esta trágica historia es haber revelado la intensidad de la represión policial en el Sáhara, el menosprecio de los derechos humanos.

El gesto de Aminetu Haidar no puede ser visto como un empecinamiento suicida. Era preciso encontrar una fórmula política que le permitiera salvaguardar su dignidad y su vida, ya que estamos ante una manifestación de “insistencia en la verdad”, tal y como definió Gandhi la satyagraha, de sacrificio de sí mismo hasta la muerte, de afirmación de la fuerza del espíritu frente a la tiranía. En este sentido, la saharaui no sólo luchó por su patria. Los amigos de Marruecos, es decir, del pueblo y no del Rey, debieran entender que la lucha de Haidar lo fue también por la libertad de Marruecos.

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